Dr. William Soto Santiago
Apocalipsis, capítulo 8, verso 1 en adelante, donde nos dice:
“Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora. Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas. Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto”.
Todo esto que ocurre aquí, podemos ver que es en el Cielo, y que este Ángel que ministra aquí con el incensario de oro está ministrando (¿dónde?) en el Cielo, en el Templo que está en el Cielo; y siendo que toma el incensario de oro, es el Sumo Sacerdote del Orden de Melquisedec, el cual es Jesucristo nuestro Melquisedec, pues Él es Sumo Sacerdote de ese Orden del Templo que está en el Cielo. Él siempre ha sido ese Sumo Sacerdote y Rey, el cual le apareció a Abraham antes de Abraham tener a Isaac su hijo.
Y ahora, podemos ver cómo en el Cielo se llevan a cabo estos grandes eventos bajo el Séptimo Sello. Ahora vean ustedes cómo aquí, cuando es abierto en el Cielo este Séptimo Sello, causó silencio.
Este misterio del Séptimo Sello es el misterio de la Segunda Venida de Cristo; ese es el secreto contenido en ese Séptimo Sello. Por eso es tan importante y por eso causó silencio en el Cielo como por media hora; media hora no de la Tierra, sino del Cielo. Y “un día delante del Señor es como mil años, y mil años como un día”, dice Segunda de Pedro, capítulo 3 y verso 8, lo cual es algo que no podemos ignorar, como nos dice San Pablo; dice:
“Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.
¿Y de dónde sacó San Pedro esto? Del Salmo 90, verso 4, que es un salmo del profeta Moisés.
Y ahora, siendo que un día delante del Señor es como mil años para nosotros, podemos comprender entonces las palabras de San Pedro y San Pablo cuando nos hablan de los días postreros.
Por ejemplo, San Pablo en su carta a los hebreos, capítulo 1, verso 1 al 2, dice:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,
en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo…”.
Y ya han transcurrido dos mil años de Jesús hacia acá, si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene. Y San Pablo, ¿se equivocaría diciendo que aquellos días en que apareció Cristo y predicó eran los días postreros? No se equivocó. Vamos a ver por qué. Eran los días postreros, y todavía estamos en los días postreros.
San Pedro también, hablando de los días postreros en el capítulo 2 y verso 14 del libro de los Hechos (esto sucedió el Día de Pentecostés), dice… cuando todos pensaban que estaban borrachos, o muchas personas pensaban que estos 120 discípulos de Jesucristo estaban borrachos, porque les oían hablar en los idiomas de aquellas personas que estaban allí presentes, que habían venido de otras naciones a adorar allí a Dios en Jerusalén; pues eran hebreos, aquellas personas, y otros eran convertidos al judaísmo…
Y ahora, encontramos que los escuchaban a estos 120 creyentes en Cristo que habían nacido de nuevo allí el Día de Pentecostés, los encontramos hablando las maravillas de Dios en otros idiomas; y la gente preguntaba mucho, preguntaban: “¿Qué significa esto? ¿No son, todos estos que hablan, galileos?”. Decían: “¿No son galileos?”. Porque cada persona, por la forma de hablar y por la forma de vestir, se puede saber de qué territorio son.
Y ahora: “¿No son todos estos galileos los que hablan? ¿Por qué les escuchamos hablar en nuestro propio idioma en el cual hemos nosotros nacido; las maravillas de Dios las están hablando en esos otros idiomas?”.
Pues allí estaba el intérprete: el Espíritu Santo, que es el que conoce todos los idiomas; pues estos discípulos de Jesucristo quizás no conocían muy bien ni el propio hebreo, quizás no conocían toda la gramática ni pronunciaban muy bien su propio idioma, pero ahora están hablando en otros idiomas. ¿Qué significa esto?
¿No dijo Dios que hablaría en otras lenguas y en lengua de tartamudos?
Ahora, vean ustedes, se preguntaban: “¿Qué significa esto?”; y otros, burlándose (porque nunca faltan los burladores cuando Dios está cumpliendo Sus promesas), decían: “Están borrachos”. Y Pedro, dice:
“Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras.
Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día (o sea, de 8 a 9 de la mañana)”. Estaban en la cuarta vigilia. En la cuarta vigilia recibieron el bautismo del Espíritu Santo, o sea, recibieron el nuevo nacimiento.
Ahora, San Pedro va a las promesas divinas correspondientes a los días postreros y les dice a ellos con la Escritura qué es lo que está sucediendo allí; dice:
“Mas esto es lo dicho por el profeta Joel:
Y en los postreros días, dice Dios,
Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
Vuestros jóvenes verán visiones,
Y vuestros ancianos soñarán sueños;
Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán”.
Y desde el Día de Pentecostés hacia acá Dios ha estado derramando de Su Espíritu Santo sobre toda carne, o sea, sobre toda persona que ha creído en Cristo como su Salvador, ha lavado sus pecados en la Sangre de Cristo y ha recibido Su Espíritu Santo; y así ha recibido el nuevo nacimiento, así ha recibido un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, y así ya tiene las primicias del Espíritu, que es el cuerpo teofánico de la sexta dimensión; para en el Día Postrero obtener también, en adición al cuerpo teofánico de la sexta dimensión, recibir un nuevo cuerpo físico, el cual es eterno, glorificado y también inmortal.
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