No hay gremio que se salve de la oleada de violencia. Pero hay algo particular en torno a los periodistas: son asesinados por realizar su trabajo
Una semana más, otro periodista asesinado. Ahora fue Miroslava Breach, corresponsal de La Jornada en Chihuahua. Tres días antes, cayó abatido Ricardo Monlui Cabrera, un columnista de varios medios veracruzanos, en Yanga, Veracruz. Y a principios de mes, en Pungarabato, Guerrero, murió a balazos Cecilio Pineda, un periodista de la fuente policial.
Y sí, es cierto que también están bajo amenaza los taxistas y los taqueros y los contadores y las abogadas. No hay profesión ni gremio que se salve por entero de la oleada de violencia. Pero hay algo particular en el caso de los periodistas: son asesinados por ser periodistas, por realizar su trabajo, por decir cosas que los criminales no quieren que se sepan.
junto al cadáver de Miroslava Breach, se encontró una cartulina con un mensaje: “Por lenguona”. Por lenguona la mataron, por lenguona debimos de haberla protegido. Si no, acaba surgiendo, como en Tamaulipas o Veracruz, un halo de silencio y autocensura. Y el silencio engendra impunidad, no sólo para los delincuentes sino también para las autoridades. Sin presión continua a nivel local, no hay forma de lograr que los gobiernos estatales y municipales se hagan cargo de su responsabilidad.
Desde hace varios años, el gobierno federal ha reconocido en público el carácter tóxico de la violencia contra los periodistas. Por eso existe una ley especial en la materia. Por eso existe un Mecanismo de Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas.
Pero, a la luz de los hechos recientes, esos esfuerzos han resultado notoriamente insuficientes. Ni protegen ni disuaden ni castigan. Es igual de fácil y barato matar un policía hoy que hace cinco años.
Información El Universal