Debemos tener clara una cosa que parece obvia: el gobierno no se ha caído y a nadie le conviene que se caiga. Peña puede ver el otoño de 2014 como una oportunidad o como una pesadilla.
Ciudad de México.- El otoño de 2014 ha sido dramático para México y muy fuerte para el presidente Enrique Peña Nieto: el asesinato de un diputado federal, Tlatlaya, Ayotzinapa, las Lomas de Chapultepec, Malinalco, marchas, manifestaciones y protestas en las calles, cierre de carreteras, toma de casetas, provocaciones de grupos radicales, cuestionamientos al uso de la fuerza, críticas de todo tipo por la violación a derechos humanos, expresiones de gobiernos, organizaciones y ciudadanos en todo el mundo en apoyo a los normalistas, Guerrero en vilo, Michoacán emproblemado, Tamaulipas violento, Oaxaca a punto, paros en diversas universidades y politécnicos, incremento de la delincuencia común, actos preocupantes de violencia, el Jefe de Gobierno del DF con problemas coronarios, el PRD dividido, el PAN agazapado, el gabinete pasmado, las redes sociales en pie de guerra, la prensa internacional muy crítica, rumores, el dólar a 15, el petróleo a 51, la producción petrolera a la baja, la gasolina cara y un crecimiento para 2014 que con trabajos llegará al 2 por ciento del PIB si nos va bien.
Con estos acontecimientos y ese contexto, me apunto en la lista, poco socorrida, de quienes reconocen que tienen todavía más preguntas que respuestas. Tenemos una crisis muy seria.
Con elementos complejos todavía incompletos que no nos permiten con seriedad agotar el diagnóstico de un otoño violento y triste que cambia radicalmente el curso de un gobierno.
2014 no es un año que empieza bien y acaba mal. Se equivocan quienes tienen ese análisis. 2014 es un año difícil de principio a fin.
Hace mucho tiempo que México vive condiciones muy fuertes de tensión, violencia, polarización y conflicto, problemas estructurales de falta de crecimiento y desarrollo, que cíclicamente reviven y reaparecen.
Por momentos nos va un poco mejor, surge algún líder o proyecto que alimenta nuestra esperanza o simplemente nos cansamos de tantos problemas y los ignoramos por un rato.
Pero la siempre terca realidad nos vuelve a enseñar lo que somos, nuestros pendientes, y lo mucho que no hemos hecho bien como país.
No es que México se componga y se descomponga cada sexenio, una y otra vez. Tampoco es un duelo de visiones entre optimistas y pesimistas o entre partidarios y adversarios. Ni creo que debamos inscribir cada crisis, como lo dijo Enrique Peña en lo que pareciera “un afán orquestado por desestabilizar y por oponerse al proyecto de nación” (18 de noviembre, Estado de México). No es así.
México tiene graves problemas estructurales que hacen crisis y reaparecen en las coyunturas.
Ciertamente, al iniciar 2014 veníamos de un 2013 exitoso para el peñismo.
El Presidente había desarrollado una importante agenda de reformas en el marco del Pacto por México, y con ellas había logrado mejorar un poco el ánimo y generar cierto optimismo en el futuro del país. Las reformas estructurales ocuparon todo el primer año de gobierno. Peña, como el héroe del Pacto, lograba sentar a la mesa a izquierda y a la derecha.
Los grandes negociadores y estrategas de la política peñista hacían posible alcanzar, en paz, algunas de las reformas legislativas más difíciles de la historia moderna de México. Sobre todo la energética.
Se hablaba de oficio político, de estrategia y de eficacia. Era el gobierno eficaz. No sólo eso, derivado de las reformas y en el marco de ellas, en 2013 se empezó a gestar un nuevo presidencialismo, con todos sus componentes.
Con distintos instrumentos y por distintas vías se empezó a incubar la nueva influencia o control desde la Presidencia de partidos, Congreso, gobernadores, órganos autónomos, medios de comunicación, sindicatos y hasta empresas.
La legitimidad electoral, que le había dado al PRI una segunda oportunidad en 2012, durante 2013 se enriqueció con la legitimidad por la eficacia en el ejercicio del poder.
Claramente son el Pacto y las reformas lo que hace creer al mundo y a muchos actores políticos que México arranca muy bien el 2014. Pero, en realidad, en ese momento todavía nada había cambiado.
Objetivamente, si recordamos y lo pensamos un poco, 2014 no empieza bien.
A pesar del triunfalismo de las reformas, y el nuevo centralismo presidencial, el contexto era bastante malo.
Empezando por el dato de crecimiento del 1.1 por ciento del PIB en 2013, la contracción económica por la reforma fiscal, el enojo generalizado de la clase empresarial y las críticas al lento ejercicio del gasto gubernamental.
2014 tampoco empieza tan bien en términos de popularidad del Presidente: cuando volvemos a ver las encuestas, las cifras de aprobación al inicio del año ya eran bastante bajas.
Cierto, no tanto como ahora, pero comparadas con sexenios anteriores, los números ya eran malos. La crisis de seguridad se moderaba, sobre todo en los medios. Había capturas importantes, pero la inercia era muy fuerte y los problemas seguían siendo muy graves en varias regiones del país.
Basta recordar Estado de México, Distrito Federal, Guerrero, Tamaulipas y Michoacán, que obligó al Presidente, el 15 de enero de 2014, a nombrar a un comisionado especial para enfrentar la inseguridad, la corrupción y la insurrección de las autodefensas.
También apuntemos la necesidad de nombrar a un zar antisecuestro por la ola de este delito al comenzar el año. Y las salidas de Manuel Mondragón y del experto en seguridad colombiano Oscar Naranjo, del equipo presidencial.
* * * ¿Qué le pasó entonces al Presidente en el otoño 2014?
Tuvo una crisis de expectativas. O lo que es lo mismo, se tropezó con la realidad.
Las expectativas generadas en esos meses, la venta de sus reformas, no correspondían con el alcance y con la velocidad que realmente iban a tener.
Lo prudente después de reformar era dedicarse a implementar y a moderar las expectativas. Llamar a la prudencia, al trabajo, al esfuerzo, incluso al sacrificio y volver a la realidad. Era tiempo de ponerse a trabajar. Concentrarse en lo que era verdad y no creerse las explicaciones propias y la venta excesiva de las reformas que aún no se habían concretado. Ya no era la hora del Legislativo, era la hora del Ejecutivo.
El Pacto era importante y las reformas más, pero de ahí a suponer que esa acción cambiaba el curso de la historia y resolvía los problemas de México hay un abismo.
Además, claramente no todas las reformas fueron reformas de verdad. Hay pocas muy buenas, algunas regulares y muchas, la mayoría, intrascendentes y muy malas. Peña creó y se creyó su propio discurso. Lo repitió hasta el cansancio. Y ese es uno de los errores más graves que puede cometer un líder político: creerse sus propias explicaciones.
La promoción de las reformas dentro y fuera de México generó una expectativa que estaba necesariamente llamada al colapso.
La prensa internacional construyó el “Mexican Moment” y el “Saving Mexico” mucho antes de que hubiera un momento de México o de que nadie estuviera salvando nada ni a nadie.
La crítica local, en su mayoría adormecida y domesticada, hizo de los prudentes, aguafiestas; de los críticos, traidores, y de los opositores, conservadores.
A principios de 2014 se creó un clima de éxito sin sustento en las élites. Aplausos adelantados y sin fundamento. Y, como en una novela de Scott Fitzgerald, todos eran jóvenes, guapos, ricos y famosos. Se perdió la autocrítica.
El tono de festejo adelantado en el gobierno y en la burocracia hizo que los planes, las promulgaciones o los proyectos se confundieran con realizaciones: el cambio de nombre al programa social se entendió como un logro; la promulgación de reformas constitucionales, como compromisos cumplidos; el envío de iniciativas, como actos de gobierno; la maqueta del aeropuerto, como inauguración; la adjudicación del tren, como obra realizada; la reforma petrolera, como reserva probada; la reforma financiera, como reactivación del crédito; la reforma educativa, como un México mejor evaluado en OCDE; el Presupuesto de Egresos, como gasto ejercido; y la idea y el deseo de crecer, se confundió con crecimiento real.
La mampara, la maqueta y el eslogan se apoderaron de la gestión. Para ilustrar, una sencilla anécdota.
Un funcionario del gobierno me preguntó un día, recién presentado el proyecto del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México:
-¿Cómo ves el aeropuerto?
-Muy chiquito -le respondí.
-¿Muy chiquito? ¿Cómo?, si es enorme, ¿lo viste bien? -me dijo preocupado.
-Sí, le respondí, y la verdad es que no sé cómo le van a hacer para aterrizar un Boeing 727 en la maqueta. Porque un aeropuerto como tal, yo no lo he visto.
Como la lecherita del cuento, se vendían y revendían las ganancias antes de tenerlas y se descuidó el cántaro hasta que se rompió.
Para todo tuvieron explicaciones. Inscribían la impopularidad, la molestia de empresarios, los problemas reales, las manifestaciones y hasta los errores en la resistencia a las reformas.
Todos los problemas, desde Ayotzinapa hasta Malinalco, los generaban “los enemigos de las reformas y los intereses afectados”.
Los estrategas del Presidente quizá dedicaron más tiempo a elaborar explicaciones, que a construir soluciones.
* * * 2014 empezó mal, pero acaba muy mal para el presidente Peña.
Es sin duda un mal año. Sobre todo un mal otoño. Un otoño con una cascada de acontecimientos que lastima todo: la economía, la gobernabilidad y, sobre todo, la legitimidad y la credibilidad del Presidente.
Deben empezar por reconocer que hubo un muy mal manejo de crisis. Un mal manejo de las muchas crisis. Se reacciona con lentitud a cada una. Se pierde la iniciativa y el sentido de urgencia. Parece que no creen que les esté pasando lo que les está pasando.
Con visible inexperiencia, el gobierno tarda en reaccionar más de dos meses y las propuestas se quedan cortas y en su mayoría vuelven a ser legislativas. Nostalgia del Pacto.
A la narrativa de éxito de Peña dentro y fuera de México le pasó lo que decía don Jesús Reyes Heroles (1921-1985): “en política: lo que por el elevador sube, por el elevador baja”.
El Mexican moment se vuelve el Mexican moment(ito), y la cascada de críticas internacionales y posteriormente nacionales arrasa en unos días la reputación reformadora de todo el gobierno.
Los muchos enemigos se juntaron. Los aliados rompieron filas. No se atendió la crítica. El aislamiento en la toma de decisiones se profundizó. Los colaboradores y servidores públicos, a todos los niveles, actúan tímidos y avergonzados.
El éxito en solitario del arranque abrió espacio a una profunda derrota en soledad.
Debemos tener clara una cosa que parece obvia: el gobierno no se ha caído y a nadie le conviene que se caiga.
Al Presidente le quedan casi cuatro años de gobierno. Cuatro años que no pueden ser la gestión de un Presidente lame duck (pato cojo, como dicen los norteamericanos).
La apuesta del Presidente no puede ser el olvido, ni la respuesta un cómodo “aquí no pasó nada”. Ese puede ser el error más grave.
Se requiere humildad en el diagnóstico y creatividad en la respuesta. Es momento desde el gobierno de hacerse muchas preguntas: ¿ante qué estamos? ¿Qué generó las muchas crisis del otoño? ¿Quién asesinó a un diputado federal? ¿Por qué sucedió Tlatlaya? ¿Qué está pasando en nuestras Fuerzas Armadas? ¿Por qué nos enteramos por el Esquire? ¿Por qué sucedió Ayotzinapa? ¿Ya tenemos el desenlace? ¿Ya acabó la crisis? ¿Estamos viendo al Estado contra el Estado? ¿Qué eventos siguen? ¿Cómo recuperarse de una crisis tan grave en materia de derechos humanos? ¿Qué naturaleza y alcance tendrá la protesta? ¿Es un movimiento tipo “¡indignados!”? ¿Es una movilización tipo “Primavera mexicana”? ¿Será una protesta temporal? ¿Qué tan violentos son y serán los violentos? ¿Los que pueden llegar a Malala, pueden llegar hasta el Presidente? ¿Pueden llegar hasta cualquier gobernador o secretario de Estado? ¿Les interesa? ¿Por qué? ¿Cómo gestionar la Presidencia con la credibilidad dañada por cuestionamientos de corrupción? ¿Cómo recuperar la confianza y la legitimidad perdida? ¿Hay más? ¿Cuál es el saldo del 2014? ¿Aprendimos la lección?
* * * Al margen de las hipótesis que hagamos y de las respuestas que podamos construir, es importante destacar el ánimo de la sociedad.
Ignoro la naturaleza y los alcances del movimiento y su desenlace final. Lo que es claro es que sí existe un movimiento amplio y generalizado de indignados en México.
El movimiento hoy es francamente de enojados y podría llamarse legítimamente: ¡Encabronados! Una versión mexicana de los ¡indignados!
Los indignados mexicanos están pasando factura a la credibilidad y confianza en todas las instituciones de la democracia. Están molestos todos con todos y por todo. Y se incuba un claro “que se vayan todos”.
Es urgente administrar el ánimo y canalizar el enojo, el desencanto y la tristeza, por los errores cometidos, las explicaciones no dadas y las expectativas nuevamente frustradas.
El otoño de 2014 ha tocado muchas fibras sensibles de la gobernabilidad y ha gestado un genuino estado de indignación y enojo del que una democracia tiene que hacerse cargo.
El Presidente tiene mucho que hacer en este invierno. Todo, menos hibernar.
Le urge replantear todo su gobierno. Relanzarlo. Hacer cambios en su equipo inmediato y en su gabinete, no para darle gusto a nadie, sino para actuar con la responsabilidad del líder de una democracia.
Necesita plantear una agenda seria en materia de derechos humanos. Otra en materia de combate a la corrupción. Revisar la actuación de todas las fuerzas armadas del país.
Le urge elaborar un verdadero proyecto de justicia y Estado de derecho. Requiere una estrategia para reconstruir el diálogo del gobierno con los jóvenes. Le urge revisar su política social. Abrir espacios y acercarse a la crítica y a la sociedad civil. Y, por supuesto, plantear acciones más rápidas para crecer, porque sin economía, no hay gobierno.
Peña puede ver el otoño de 2014 como una oportunidad o como una pesadilla.
Este otoño marca, sin duda, un quiebre en su gobierno. Es un otoño en el que pasaron muchas cosas, sobre el que vale la pena preguntar: ¿ya pasó todo?, ¿ya pasó lo peor?
*El autor es analista político, director de Pensar Diferente Consultores S.C. Correo: [email protected]
fuente agencia Reforma