Se cumplen 22 años del artero asesinato de Luis Donaldo Colosio

0
1353

Aun sin haber justicia de los verdaderos asesinos intelectuales

Mexico D.F

Redaccion /60 Minutos.

Se bajó de un templete improvisado en la parte trasera de una camioneta, caminó entre la gente que se apretujaba contra él. Sonriente saludaba a todos los que se encontraban a su alrededor. Avanzaba lento en el mar de personas.

Se trataba de uno de los últimos eventos de la primera etapa de su campaña, Colosio quería cerrar muy fuerte ese proceso en Sonora, su tierra.

Ese 23 de marzo de 1994, el candidato priista por la Presidencia de la República llegó al aeropuerto Abelardo Rodríguez de Tijuana pasadas las cuatro de la tarde.

Iba tarde para su mitin en una de las colonias populares de la ciudad fronteriza. El evento fue organizado por el grupo priista conocido como Tucan (Todos Unidos Contra Acción Nacional).

Vestido con una camisa azul cielo y una chamarra blanca, el sonorense se subió en la Blazer que siempre lo acompañaba a sus eventos de campaña. En el camino revisó las tarjetas de apoyo para su discurso…eran las 17:08 horas de la ciudad de Tijuana….

A continuación el texto de la revista Nexos del mes enero de 2014.

Los separaban sólo dos minutos y un remolino compuesto por cientos de personas. El candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, bajó del templete en el que acababa de pronunciar un discurso, y dijo: “¡Vámonos, vámonos!”. Estaba a 13.5 metros del sitio en donde Mario Aburto iba a encontrarlo. En las bocinas sonaba la canción “La culebra”. Aburto comenzó a desplazarse entre la gente. Cuando se hallaba a un paso del candidato, una mujer oyó que alguien le decía: “¡Quítate, cabrón!”. Mario Aburto respondió: “¡Oooh!, es que quiero saludarlo”. Extendió el brazo, acercó la Taurus .38 con cachas de madera a la cabeza de Colosio, y disparó.

Como nunca en la era posrevolucionaria el clima político de México estaba enrarecido. Había ocurrido el levantamiento zapatista en la selva de Chiapas, el precandidato priista a la presidencia, Manuel Camacho Solís, se había negado a reconocer, durante meses, la candidatura de Colosio, y desde su nombramiento como comisionado para la paz en Chiapas no hacía otra cosa que atraer sobre sí la atención de los medios, que apenas volteaban a mirar al candidato oficial. Corrían versiones de que la relación entre Colosio y el presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, se hallaba seriamente fracturada. La prensa hablaba de “una campaña contra la campaña”; insinuaba que se maniobraba desde Los Pinos, para sustituir al candidato.

En ese contexto ocurrió el atentado contra Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo de 1994, en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana.

Dos semanas más tarde, el fiscal Miguel Montes anunció lo que ya, según la prensa, “todo mundo sospechaba”: “Que a Colosio no lo mató un loco, sino una conjura […] Que Mario Aburto fue el ejecutor material del crimen, pero que otras cuatro personas más ya detenidas, Tranquilino Sánchez, Vicente Mayoral Valenzuela, Rodolfo Mayoral Esquer y Rodolfo Riva Palacio, le ayudaron. Otros dos más también lo hicieron, aunque no se sabe ni sus nombres ni su paradero” (El País, 5 de abril de 1994).

En el video obtenido por un aficionado, el fiscal Montes había observado que al terminar el mitin “varias personas impidieron con sus manos y sus cuerpos que la seguridad del candidato, el Estado Mayor Presidencial, controlara la situación”. De acuerdo con el fiscal, aquellos individuos habían rodeado a Colosio en formación “diamante”: un trabajo que sólo “profesionales conocedores de las aglomeraciones y con cierto acceso al entorno del candidato” habrían podido hacer.

Uno de los detenidos, el priista Rodolfo Riva Palacio, vinculado a la policía de Tijuana, había reclutado a los otros sospechosos en la delegación local del PRI. El video mostraba que Tranquilino Sánchez estorbaba los movimientos del general Domiro García Reyes, responsable de la seguridad de Colosio; revelaba que el ex judicial de Tijuana Vicente Mayoral se encargaba de abrir paso a un sujeto no identificado, que segundos antes de los disparos se había tirado al suelo “para hacer que Colosio se detuviera” (la policía lo bautizó como “El Clavadista”). El video mostraba, también, que un segundo desconocido, al que se llamó “El Lentes” se había agachado para que Aburto pudiera extender el brazo en el que llevaba la Taurus. Se podía apreciar, en fin, cómo el cuarto detenido, Rodolfo Mayoral Esquer, empujaba a otro de los encargados de la seguridad de Colosio, el coronel Federico Antonio Reynaldos del Pozo, con la evidente intención de obstaculizarlo.

No había duda: para el fiscal, se trataba de una “acción concertada”. Un maremágnum de sospechas, chismes, filtraciones y acusaciones sacudió a la clase política mexicana. Tres meses y medio más tarde, el 14 de julio de 1994, luego de investigar el entorno del enigmático Aburto, y de hallar escondido en un baúl el “Libro de Actas” escrito por éste, el fiscal Miguel Montes descartó la hipótesis inicial del complot y la sustituyó por la versión del “asesino solitario”.

La viuda del candidato, Diana Laura Riojas, consideró que el cambio de opinión del fiscal resultaba “poco convincente”. Nada logró variar la impresión de que el asesinato era resultado de una querella por el poder que, desde la designación de Colosio como candidato, había enfrentado a la clase gobernante.

Las sospechas recayeron en el precandidato Manuel Camacho Solís, pero sobre todo en el presidente Carlos Salinas de Gortari, a quien se acusó de orquestar el complot desde Los Pinos, a través de su jefe de asesores, José Córdoba Montoya.

Cayó el fiscal Miguel Montes. Comenzaron a desfilar nuevos encargados del caso, Olga Sánchez y Pablo Chapa Bezanilla. En agosto de 1996, Luis Raúl González Pérez se hizo cargo de la fiscalía especial. Para entonces los sospechosos de la “acción concertada” se hallaban libres por falta de pruebas. Mario Aburto había sido condenado a 42 años de prisión.

Luis Raúl González Pérez siguió 27 líneas de investigación e intentó desahogar más de 300 sospechas. El proceso incluyó casi dos mil declaraciones, repartidas a lo largo de 68 mil fojas. En un hecho inédito en la vida del país, en aquel proceso declararon un presidente en funciones, Ernesto Zedillo, y dos ex presidentes de la República: Carlos Salinas de Gortari y Luis Echeverría Álvarez (Salinas quedó registrado como el primer mandatario mexicano sometido a interrogatorio por parte de autoridades judiciales).

Aunque ciertos contenidos del expediente alimentaron columnas, reportajes y notas de prensa, los interrogatorios del fiscal y las declaraciones recabadas por éste no se publicaron jamás. Durante 20 años, aquellos aquellos miles de fojas quedaron en manos de abogados, testigos, declarantes y terceros. En ellos yace la novela no escrita sobre una clase política que arrojó al país a una de sus crisis más serias: un retrato completo de los usos y costumbres del priismo, realizado por él mismo.

Carlos Salinas declaró durante 12 horas y respondió 397 preguntas. Manuel Camacho dio respuesta a 111, Ernesto Zedillo a 35, Luis Echeverría a 15 y José Córdoba Montoya a 197. Lo que el lector hallará a continuación, despojados en lo posible de su estilo judicial, son los extractos más significativos de aquellos interrogatorios, una colección de documentos históricos sobre el primer magnicidio cometido en México luego del asesinato en “La Bombilla”, en el lejano 1928, del presidente Álvaro Obregón.

Interrogatorio a Carlos Salinas de Gortari

—¿El licenciado Colosio llegó a expresarle su molestia o inconformidad por la designación del licenciado Manuel Camacho Solís como comisionado para la paz en Chiapas de manera honoraria?

—No. Me preguntó por qué y le contesté que Camacho Solís quería que fuera así para poder presentarse en las negociaciones no como empleado de gobierno sino como enviado del presidente.

—¿Sabe cuál fue la reacción del licenciado Camacho al anunciarse la precandidatura del licenciado Colosio, y qué opinó al respecto?…

Interrogatorio a Manuel Camacho Solis

¿Estuvo de acuerdo con la nominación del PRI en relación con la candidatura del licenciado Colosio a la presidencia?

—Yo dije: no estoy en contra de la candidatura de Luis Donaldo, pero sí en contra del grupo de interés que está detrás de él. Y dos, le llamé para desearle éxito.

—¿Le hizo saber actos de corrupción del ingeniero Raúl Salinas al entonces presidente?

—Le dije al presidente todo lo que a mí me llegaba de información al respecto. Al presidente le dije siempre todo lo que sabía aun aquello que pudiera perjudicarme.

—¿Cuál fue la respuesta que le dio el presidente?

—Que hablara con Raúl. Recuerdo alguna referencia que había hecho el ingeniero Heberto Castillo de algunas importaciones de azúcar, no recuerdo bien, en la campaña política del ingeniero Castillo. Hablé con Raúl, y en esa y otras ocasiones negó por completo los hechos.

—¿Cuál fue la razón por la que el 28 de noviembre no acudió a saludar al entonces precandidato a la presidencia?

—Por lo que acabo de decir y por otra razón…

Interrogatorio a Ernesto Zedillo—¿El licenciado Colosio le expresó algún comentario sobre lo dicho por el licenciado Salinas, cuando el 27 de enero de 1994, en la residencia oficial de Los Pinos, expresó la frase: “No se hagan bolas, el candidato es Luis Donaldo Colosio”? ¿Supo cuál fue la intención de dicho mensaje?

—No recuerdo ningún comentario específico de su parte, pero sí que se le vio molesto después de esa declaración. Nunca platiqué sobre la misma con el licenciado Salinas…

Interrogatorio a José Córdoba Montoya

—¿Consideró que retirarse del país a los pocos días del homicidio del licenciado Colosio y por la cercanía que ya señaló con el nuevo candidato, motivaría comentarios adversos a usted?

—En ese momento nunca imaginé que la cercanía entre la fecha del asesinato de Colosio y mi salida del país pudiera propiciar sospechas. Acepté irme porque sentí que ése era mi deber y mi contribución al mejor logro de los objetivos del gobierno…

—¿Cómo y en qué forma se enteró del atentado?

—Yo estaba en mi oficina. Me llegaron varias llamadas, tomé la que me pareció más importante: la de Ernesto Zedillo, entonces coordinador general de la campaña. Me dijo que estaba recibiendo varias llamadas sobre un atentado que acababa de ocurrir en Tijuana. Me preguntó qué sabía. Le respondí que de momento nada pero que iba a investigar. Me dirigí a la oficina del presidente, que estaba abierta. El ayudante me señaló que estaba en la planta baja, en el salón Vicente Guerrero, en una reunión con un grupo de campesinos. El acto estaba por concluir, el presidente estaba dirigiendo un mensaje final. Vi al general Cardona, entonces jefe del Estado Mayor Presidencial, en la puerta del salón. Le pregunté si tenía información sobre un atentado en contra de Colosio, me dijo que no. En ese mismo instante un ayudante le comunicó que tenía llamadas urgentes en su oficina.

—¿Cuáles fueron las primeras instrucciones específicas que giró el licenciado Salinas?

—Entiendo que giró múltiples instrucciones, casi todas por vía telefónica, por lo tanto yo ignoro su naturaleza. Sé que una de las primeras fue la integración de un grupo médico en la ciudad de México que pudiera trasladarse a Tijuana y dar seguimiento al estado de salud de Colosio.

—¿En qué momento se entera de la muerte del licenciado Colosio?—Ya tarde, en la noche. Nos encontrábamos en una pequeña reunión de trabajo en la oficina del presidente. Le pasaron una tarjeta indicándole que tenía una llamada telefónica, se retiró para atenderla a una oficina adyacente. Salió a los pocos minutos y nos comunicó a los presentes que le acababan de informar, desde Tijuana, que había fallecido Colosio…

Interrogatorio a Luis Echeverría Álvarez

Desayuné tres veces con el presidente durante los meses siguientes y hasta su salida de la presidencia. El tercer desayuno fue poco antes de su salida. Me hizo un llamado y fue un poco de cordial despedida. Me atrevo a suponer que lo mismo sucedió con José López Portillo y Miguel de la Madrid. Luego, como es públicamente conocido, a fines de septiembre envió un comunicado a todos los diarios y canales de televisión de México, en donde manifestaba, entre otras cosas, que yo coordinaba a algunos funcionarios muy distintos entre sí para que lo atacaran o lo criticaran: Augusto Gómez Villanueva, Porfirio Muñoz Ledo, Ignacio Ovalle, Adolfo Aguilar Zínser. El lunes se presentaron en mi casa 40 o 50 periodistas, pero no me encontraron. Yo mandé un pequeño boletín a la prensa expresando que esas personas, como muchas otras, habían sido mis colaboradores 20 años antes. Les dije que yo no coordino ni a mis hijos ni a mis nietos, que son muchos. Después leí la entrevista de Salinas publicada en Reforma, en donde expresó que había un complot político y que en la visita de mi pésame a Los Pinos por la muerte de Colosio yo había sugerido que fuera candidato su secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Emilio Gamboa Patrón. Ignoro el porqué de la afirmación. En esa misma entrevista, Salinas manifestó que el complot político se extendía a algunos dirigentes del PRI o algo parecido. Hay un lejano antecedente que pudiera explicar el porqué de la afirmación: año y medio atrás mi esposa fue sometida a una delicada y exitosa operación quirúrgica en el hospital de especialidades del centro médico de la Raza. El licenciado Gamboa era el director del Seguro Social. Se enteró que mi esposa estaba ahí y ordenó a la dirección del hospital todo género de atenciones, lo cual fue cumplido. Subrayo que esto fue mucho antes de que fuera secretario de Comunicaciones. Unas semanas después, en un desayuno, le expresé al presidente que el director del Seguro Social y todo el personal del hospital se habían portado espléndidamente, y que les habíamos enviado una carta de agradecimiento. Fuera de esa expresión de agradecimiento, nunca hablé con el presidente Salinas de Gamboa. He evitado responder a periodistas en los últimos meses para no contribuir con elementos de confusión en este asunto como en muchos otros.

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here