Por El Bicho Politicón
Todos los gobernantes, al asumir su responsabilidad, se enfrentan con la disyuntiva de impulsar su proyecto (político, económico o de gobierno) o impulsar a sus amigos.
Lo ideal sería que los amigos tuvieran la capacidad para sumarse al proyecto y llevarlo a buen puerto, pero, ¿qué pasa cuando los amigos son el principal obstáculo para el proyecto?, la razón indica que habría que cortar por lo sano, pero el corazón tiene poderosas razones para no tocar ni con el escrito de una mínima recomendación al amigo incapaz.
Lo hemos visto en el gobierno federal, Peña mantiene en su puesto a Gerardo Ruiz Esparza, secretario de comunicaciones y transportes, el del socavón; también es inamovible Rosario Robles, cuyos desvíos de dinero han quedado evidenciados en el reportaje de “La Estafa Maestra”; el exsecretario de (in)gobernación, el chino Osorio Chong, no dio una en todo el sexenio, solo fue retirado para darle inmunidad como candidato al senado con el fuero.
Pero el gobierno federal no es el único que muestra esa característica, se da en gobiernos estatales, municipales y hasta en las agencias y subagencias, es decir, es un mal de muchos, consuelo de tontos.
Muchas veces la falta del cambio necesario se debe a que, ilusamente, se piensa que el amigo en cuestión se va a poner las pilas, desgraciadamente, cuando, por fin, se toma la decisión de remover los obstáculos, es demasiado tarde, el daño está hecho y la imagen pública del gobernante en turno está por los suelos.
No se autoengañen, si se tiene que ir el amigo, que se vaya… se le dio la oportunidad.
Lo que no se puede hacer es premiar la mediocridad.
Pues eso.
