Don Chema: el médico de los pobres y los humildes

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Por Gustavo Martínez Contreras

Eran épocas donde para aliviarse de los males que aquejaban a la gente solo había de dos sopas: ir con el médico de Pemex, para lo cual se necesitaba ser trabajador de la empresa, o ir con un curandero.

Cuentan que curanderos había algunos, pero nadie tan afamado como don José María Cordero Ojeda, don Chema, como mejor se le conocía… era un tipo cuyo misterio lo envolvía de una manera muy peculiar, vestía de forma estrafalaria, con un gran sombrero tejano, pantalones de montar, polainas y espuelas, de tal suerte que siempre se escuchaba por dónde caminaba, era de voz ronca, aguardientosa.

Era de San Juan Evangelista y se asentó en Francita con sus hermanos: Matías, Florentino, Narciso, Maximino y una hermana cuyo nombre se escapa a mi memoria.

Don Chema era curandero y de los buenos, cargaba un maletín de cuero que llevaba terciado al hombro, que contenía sus mágicas pócimas para curar el paludismo, el asma, los piquetes de víboras, la fiebre y que le ayudaban en su trabajo como partero o cirujano.

En cierta ocasión se le presentó el padre de una paciente que sufría de fiebres y nadie daba con la cura, ni el médico de Pemex sabía la cura. Don Chema le recetó unas pastillas (Laverán y Artebrinas) y nada, por lo que recurrió a sus conocimientos ancestrales y en un tono muy serio se dirigió al padre de la muchacha: “tendrá que capturar un par de sapos, cascara de mulato…” y unas hierbas.

Al día siguiente, don Chema hizo su menjurje, destripó a los sapos y en el cuero de sus panzas untó aquella mescolanza y se la puso a la paciente en sus plantas de los pies, amarrándolas con unas vendas y sentenció “sí a las dos horas aquel menjurje se apestaba, la paciente viviría, de lo contrario habría que ir comprando el ataúd”.

Dos horas después, desataron los pies de la muchacha y aquello era un pestilencia que no se aguantaba… la suerte estaba echada, viviría.

Claro que hubo necesidad de algunos cuidados y después de tomar unos brebajes la paciente se levantó.

En otra ocasión, una persona le pidió que lo revisara pues tenía un “potro” en zona baja, al hacer la auscultación hubo necesidad de hacer uso de sus artes de cirujano y retiró el “nacido” extrayendo toda la inmundicia y quedando el paciente sano.

Don Chema era muy reconocido en la zona, no solo por su magia como curandero, también tocaba la jarana, componía alegres sones y bailaba huapango… los días 12 de diciembre celebraba a la Virgen de Guadalupe haciendo tamales con cerdo allá en su casa en San Lorenzo, por el rastro.

Don Chema también era muy reconocido porque hacía un brebaje para levantarle el ánimo hasta a los muertos, su afrodisiaco, hecho a base de hierbas, era muy popular entre la tropa… dicen que era mujeriego y vivió más de 90, dejó dos hijos (Lucas y Andrés –“Tronquito”-) y se le recuerda con admiración y respeto.

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