Don Sixto Pérez Morales: los ferrocarriles y doña Justina, sus pasiones

0
869

Personaje del sábado

Por Gustavo Martínez Contreras

Los ferrocarriles están llenos de historia, la nostalgia sale a relucir con los sonidos de su silbato, el crujir de los rieles a su paso, el maquinista saludando a las personas es una causa de alegría, de entre sus fierros se pueden adivinar los paisajes que atraviesan, su paso imponente se deja sentir a la distancia…

Este sábado estamos platicando con don Sixto Pérez Morales, ahora jubilado por Ferrocarriles Nacionales, pero muchos años de estar entre máquinas, durmientes, vías e historias ligadas a los “caballos de hierro”…

Este hombre nacido un 6 de agosto de 1927, en la calle Melchor Ocampo de Moloacán, Veracruz nos va a contar un poco de sus vivencias, nos dice que estudió hasta segundo de primaria y se acuerda de sus profesores: de primer año a Juan Muñoz y de segundo Agustín Ortega.

“Primeramente estuve viviendo en Pueblo Viejo, del municipio de Minatitlán, de ahí nos pasamos al kilómetro 40 y finalmente llegamos a Tlacuilolapan en 1944, mi papá era comerciante, Vicente Pérez se llamaba y mi mamá Francisca Morales de la Cruz, ya finados los dos”.

¿Cómo entra a ferrocarriles?

“Pues llegué como trabajador general, con el tiempo manejé un kalamazo, yo transportaba al personal, ahí aprendí las medidas, las distancias, el peso de los rieles… el 7 de noviembre es el día del ferrocarrilero”.

Claramente emocionado, don Sixto nos cuenta más sobre su vida en los ferrocarriles…

“En los ferrocarriles estuve por Mezcalapa, Tabasco; de ahí me querían mandar más lejos, pero apliqué para una plaza de guardavía, es decir, de segundo mayordomo y me la dieron, pero después vino otro, el mentado Palomares, que era un borrachito (un chaparrito él), fue al sindicato y le rogó al secretario general que lo dejaran venir, aplicó pero lo mandaron a otro lado, pero le dieron preferencia y vino para acá, porque estaban estudiando sus hijos”.

“Entonces a mí me querían mandar hasta Teapa, Tabasco, y dije que yo no iba, les dije que me dejaran aquí o que me liquidaran, y me quedé, me dijeron que ya verían cómo le hacían, estuve en ferrocarriles 31 años, tres meses y 8 días”.

“La vida en ferrocarriles en ocasiones no había horario, ya que cuando se presentaba un descarrilamiento, a la hora que fuera teníamos que estar, día y noche arreglando las vías, me mandaban llamar y a darle, todo el día y hasta el otro día regresaba, pero me gustaba el trabajo”.

“En una ocasión nos tocó que hubo unas lluvias tremendas, una tempestad durísima, no como ahorita, esa vez fuimos a Tancochapa y la vía de ahí para allá, estaba virada, con todo y durmientes virada para arriba y nos tocó arreglarla, fue un trabajo duro pero lo arreglamos, también me tocó un choque de máquinas”.

Cuando a don Sixto se le pregunta que sí conoció a muchas mujeres, sus ojos se le iluminan…

“Bastantes, montones (risas), muchas chamaconas y algunas que son canijas llegaban solas y el hombre es hombre y pues para acá… pero gracias a Dios aquí estoy con mi viejita Justina García Lara todavía, llevamos 73 años de casados por la iglesia, después nos casamos por el civil pero eso ya fue por gusto de nosotros”.

¿Cómo así don Sixto?, le preguntamos y nos platica una historia que es de no creerse…

“Es que a mí me obligaron a casarme por la iglesia, yo estaba chamaco, tenía 16 años y ella tenía 15; la cosa estuvo así: estábamos en un velorio con don Pancho, hermano de mi suegro, estábamos jugando, yo le presté una lámpara y cuando me la entregó le agarré la mano, pero jugando, pero el viejo nos estaba mirando… ¡pu… madre!, al otro día don Pancho le dice a su hermano, ‘a este cuate lo vi anoche que le agarró la mano a mi sobrina, me lo vas casando porque si no me voy contigo’”.

“Y como era un poco asesino (ya había matado a uno) y mi suegro le tuvo miedo, me obligó a que me casara, me llevaron a San Pedro Mezcalapa (entonces llegaba el sacerdote allá), no nos casaron porque estábamos muy chamacos. De ahí me llevaron a San José del Carmen y tampoco nos casaron, pero no conforme con esas dos negativas nos llevó hasta Coatza, entonces era por el kalamazo… nos fuimos hasta Coatza y allá si nos amarraron, el sacerdote se llamaba Francisco Gutiérrez y Gutiérrez que en paz descanse”.

Y fue así que por estar jugando a las “manitas calientes” don Sixto lleva casado 73 años…

“No hubo fiesta ni nada, en ese entonces estaba cabrón para ganarse unos centavitos, un pobre trabajador ganaba dos o tres pesos, estábamos jodidos, no como ahorita que ya tenemos la base”

¿Cuántos hijos tuvo don Sixto?

“Tuve once, pero han muerto 7, ya nomás quedan 4… a dos me los mataron, uno lo mató “Chencho”, el que era comandante de policía, dicen que lo sacó de la casa, estaba con una chamaca (como tenía un putero acá), no sé qué, se alborotó el viejo, estaba borracho… lo sacó para las vías y ahí le pegó un tiro, un 7 de octubre de 1977 lo sepultamos… cuarenta años ya”.

Visiblemente consternado nos sigue platicando…

“Otro que murió en Coatza, se llamaba Juan Pérez García y otros dos que se murieron niñitos, tenía otro que manejaba una máquina ‘mano de chango’ en una compañía que no me acuerdo cómo se llamaba… mucho sufrimiento llevamos”.

A Don Sixto le falta una pierna pero le sobra corazón, nos cuenta la historia de cómo perdió la pierna…

“Me caí en medio de unos durmientes, ahí sentí que me tronó el pie, enseguida me llevaron al hospital, al seguro, ahí me dijeron que me iban a mochar la pierna, pero luego dijeron que no, que nomás estaba quebrada, me operaron, me pusieron unos alambres y quedé bien, regresé a trabajar. Con el tiempo esos alambres se fueron oxidando, pero cuando se dieron cuenta ya no se pudo salvar la pierna, así fue la historia”

Noventa años de vida tiene don Sixto, ha llevado toda una vida al lado de su esposa “mi viejita Justina García Lara” como cariñosamente la llama, dice “estar tranquilo”, difícilmente se comunica con su esposa, los dos están un poco sordos, ella, además, casi no ve. Con todo eso afirma que “Dios está con nosotros”.

Gracias a esa fe que demuestra y a que se estuvieron tomando unas vitaminas dice que están un poco mejorados, que doña Justina no podía ni caminar pero “ahí vamos, poquito a poquito”, afirma.

El tiempo pasa volando, llega la hora de decir adiós…

“Les doy las gracias de todo corazón por la visita”.

Y antes de despedirnos alcanza a platicar la historia de Juan García.

“Resulta que a don Juan le decían “Juan Loco” porque era ‘alegroso’, nunca le conocí que hiciera maldad, le gustaba cantar, le gustaba echarle porras a las chamaconas y a don Filemón no le gustó su alegría y lo mató ahí por el telégrafo en Moloacán”.

Así nos despedimos de esta gran persona que tiene su domicilio en López Arias número 35 en Tlacuilolapan, don Sixto y doña Justina se quedan en su soledad acompañada, sentados en el corredor de su casa agitan sus manos para decir adiós con una sonrisa entre triste y melancólica. Dios los bendiga.

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here