El alcohol no sirve para olvidar, incluso puede mejorar la memoria: estudio

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Efectuaron una primera prueba de memoria y a las ocho se dividió el grupo en dos: unos empezarían a beber y otros se mantendrían en el dique seco. A las diez de la noche, cuando a algunos les flotaba la cogorza en la cabeza, realizaron otra prueba. Se proyectaron 128 imágenes que debían clasificar como de interior o de intemperie. Luego las mezclaron con otras parecidas y los dos grupos, beodos y serenos, tuvieron que especificar si eran nuevas o del lote anterior.

Al día siguiente, descubrieron que los no bebedores reportaban un descenso —aunque no muy destacado— en su capacidad de recordar las palabras. En cambio, los resacosos lo hicieron mucho mejor que en la primera prueba. No obstante, en el juego de las imágenes, donde se suponía que los borrachos debían de presentar lagunas, el resultado fue equiparable al de los sobrios.

Desde Exeter, la cosa quedó ahí. No dieron explicación de los motivos del fenómeno. Lanzaron la hipótesis, para futuras investigaciones, de que el responsable de esta mejora de la memoria podía ser el tipo de sueño que produce el alcohol.

 

Un estudio anterior, de 2011, sí esbozaba algunas razones. Fue realizado por la Universidad de Texas. Hitoshi Morikawa, el encargado de la investigación, matizó la aseveración habitual sobre que el alcohol actúa invariablemente en contra de la memoria.

Así lo explicaba Morikawa en la web de su universidad: “El alcohol disminuye la capacidad de retener información como el nombre de un colega, la definición de una palabra o dónde aparcó su coche, pero el subconsciente está también aprendiendo y recordando, y el alcohol puede aumentar nuestra capacidad para aprender a ese nivel”.

Según él, toda la culpa de la adicción no le corresponde estrictamente a la sustancia en sí, sino a esa amplificación de la memoria subconsciente. “Son adictos a la constelación de señales ambientales, conductuales y fisiológicas que se refuerzan cuando el alcohol libera dopamina en el cerebro”.

Pero hay otra paradoja mayor que dinamita un gran porcentaje de la fe que solemos invertir en las noches de copas: el beber para olvidar los problemas. Otro estudio, en este caso de la Universidad John Hopkins de Baltimore, comprobó a través de un experimento con ratones que los recuerdos negativos no solo no se esfuman con el alcohol, sino que refuerzan su peso.

El origen está en un neurotransmisor vinculado a la memoria llamado glutamato, que resulta necesario para eliminar recuerdos negativos, según publicó La Vanguardia. El alcohol se interpone en la sinapsis e impide que la experiencia negativa previa se borre de una manera natural. Los miedos, los traumas, las fijaciones; todas las cargas con las que corremos a desahogarnos a la barra de un bar se atrincheran en nuestro cerebro.

El efecto que se produce en la memoria es justo el contrario al que buscamos. Como explicó a La Vanguardia Olga Valverde, científica de la Universidad Pompeu Fabra, beber con frecuencia, además que arreciar la persistencia de las malas experiencias pasadas, también entorpece el procesamiento de todo lo positivo que podamos aprender y recibir.

Aunque no lo sepamos de manera científica, el poder de las resacas para empujarnos a ahondar en las carencias y dolores de la vida no deja lugar a dudas: el alcohol no cura. Entonces, ¿por qué tendemos a repetir una y otra vez ese ritual? La respuesta está en la misma borrachera, en la evasión y la desinhibición que nos provee. Durante unas horas (pero no durante todo el ciclo de la embriaguez) sí sentimos cómo todo se relativiza y cómo los estímulos de la noche nos llegan ampliados, burbujeantes.

Sacar a la luz estas virtudes del alcohol expuestas, por ejemplo en el caso del primer y el segundo estudio, no sirven para alentar el consumo de alcohol, más bien al contrario: conociendo con precisión las estrategias con que la sustancia circula por nuestro cerebro, los terapeutas sabrán mejor cómo tratar y contrarrestar la adicción.

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