El hombre que amaba a los buitres

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Manuel Aguilera es, probablemente, el hombre que más sabe de estas rapaces en España. No es biólogo ni científico

 

FUENTE: EL PAÍS
MADRID, ESPAÑA.- / 2018-12-10

De niño, Manuel Aguilera solía esconderse en las entrañas de una vaca muerta para ver cómo los buitres devoraban la carroña. Ese amor incondicional hacia las necrófagas le costó un tifus y un par de fiebres que casi le matan.

De mayor, sigue observando diariamente a los buitres, los cuida, los alimenta e incluso habla con ellos desde el pedregal de Santa Cilia de Ponzano, en Huesca, allí donde el quebrantahuesos espera también su turno para triturar osamentas con ayuda de la gravedad. Un espectáculo que recibe miles de visitas al año y que sirve de excusa para llamar la atención sobre un ave repudiada y otra en peligro de extinción.

Cuando Manuel asomaba su curiosidad de entre aquellas vísceras solo quedaba una pareja de quebrantas –como él les llama– en las sierras exteriores del Pirineo aragonés. Verla era un desafío al alcance de muy pocos. Hoy, hasta 10 familias de Gypaetus barbatus pillan las térmicas que suben por la sierra de Guara para buscar las sobras de las sobras que dejan sus hermanos los buitres feos antes de irse a los Monegros. No es casualidad. Manuel ha entregado su vida al cuidado y recuperación de todas estas carroñeras con ayuda de su Fondo Amigos del Buitre.

Manuel Aguilera es un personaje peculiar y entrañable que amas a primera vista como él ama a sus buitres, un saco de sabiduría autodidacta basada en la experiencia. ”Manu, el de los buitres”, un tipo original hasta para nacer. Vino al mundo el 31 de diciembre de 1952 a las 12 de la noche en su casa de Binaced (Huesca). Desde pequeño jugaba a esconderse de los buitres y de las regañinas de sus padres por volver a casa oliendo a tripas. Lo cuenta mientras quiebra la voz de emoción al recordar a su primera gran admiradora, su madre, fallecida cuando él tenía solo 13 años.

El buitre no es una alimaña

Comenta Manu en la comida de rodaje que históricamente los mitos y leyendas han disfrazado de demonio a lo que tan solo es una carroñera. Su reputación siempre ha estado por los suelos. “Y no son animales tontos. Son buitres y listos”, no deja de repetir.

El buitre está a la cola en la lista de animales ibéricos que representan la marca faunística de nuestro país; lista encabezada seguramente por el lince y el toro. Sin embargo, según SEO/BirdLife, el 90% de todos los buitres europeos se encuentran en nuestra península Ibérica, con algunas especies incluso en peligro de extinción, como el quebrantahuesos. El buitre es un animal noble y listo, aliado de los ganaderos, que limpia los campos descomponiendo todo lo que traga y que protege los acuíferos de contaminación y de infecciones. “Si tu le das la mano, él te da su respeto y cariño”, cuenta más emotivamente Manu. Solo por eso deberíamos empezar a pensar en cambiar nuestras prioridades.

El hombre que amaba a los buitres
Pero en los pueblos perdidos del Pirineo siguen circulando historias de quebrantas robando lechones y corderos, de buitres hurgando en heridas de reses y pastores. La muerte, la ignorancia y el miedo siempre han enturbiado su imagen. “Cuando estuve en el Parque de Ukhahlamba-Drakensberg, en Sudáfrica uno de los aldeanos me contó que había visto a un buitre llevándose a un bebé. Con seguridad era mentira. Son aves muy lentas y asustadizas y raramente cazan. Pero los mitos y leyendas también cruzan fronteras”.

Y ese es uno de los grandes legados de Manu. La divulgación aquí y en África. Nadie desde Barbastro a Jaca mira ya mal a los buitres, y menos los ganaderos. Allí son toda una institución, una forma de vida más, un gran impacto económico para la comarca que compite con el barranquismo y el turismo multiaventura de la Sierra de Guara. Con una diferencia. El turismo ornitológico es más respetuoso, más considerado con el medio. Mientras unos van a escalar, a tocar, los otros solo vienen a mirar, a aprender. “Al principio venía poca gente. Ahora con las redes sociales todo el mundo lo sabe. En el 2016 vinieron casi 5.000 personas. El año pasado, 4.000. A 50 euros por persona que se deja el turista en la zona, ¿esto es riqueza o no?”, nos cuenta Manu con orgullo.

La excusa es el buitre

Manuel se pone su viejo chubasquero rojo sangre para que las aves le reconozcan desde las alturas, se enfunda los guantes de soldador y empuja orgulloso su carretilla eléctrica a rebosar de entrañas y pezuñas recicladas de las carnicerías cercanas. Con ella enfila la senda del pedregal y allí recibe a sus amigos en una especie de ritual que se repite día tras día desde hace décadas. A veces con público; las más, en estricta soledad.

El recibimiento es espectacular. Más de 50 ejemplares se acercan y le rodean. “Hoy son pocos, deben estar en los Monegros”, dice preocupado. Le reconocen, comen de su mano (y solo de su mano) y empiezan a bufar y a chocar picos y garras contra las piedras buscando alimento en una especie de baile ceremonial que impresiona. Manuel les habla por su nombre, les invita a comer y se ríe cuando les amarga una hiel o cuando se asustan por un movimiento de nuestro cámara: “¡Agáchate! Nadie debe permanecer de pie por encima de ellos, se acobardan y se van”, le avisa. Él puede hacer lo que quiera, se lo ha ganado después de 30 años viniendo.

El técnico de sonido graba el aleteo de varios ejemplares al remontar el vuelo: “Es impresionante el ruido que hacen”, comenta. Y tiene una explicación evolutiva. Los buitres no son cazadores, pueden permitirse hacer ruido, sus plumas son más ruidosas y compactas y están diseñadas para empujar más aire, no como las de la lechuza, que no las oyes ni a un metro de distancia. Cosas que aprendes con Manu.

A mitad de faena descubres que lo de los buitres leonados es una excusa. Manuel hace con nosotros lo mismo que con los turistas. Dejarnos impresionar por el espectáculo, por la fuerza de la naturaleza. Es todo una función, una llamada de atención para poner el foco en la conservación y respeto por el medio natural. Manu está hoy aquí por otra cosa:

Manuel, distribuyendo comida para los buitres en los años 80.
Manuel, distribuyendo comida para los buitres en los años 80.
—¡Ahí viene! Parece una cría –grita Jessica Barba mirando al cielo. Jessi es compañera hoy de faena y responsable del Museo del Buitre de Santa Cilia de Ponzano.

—No, es un adulto –replica convencido Manu.

Un inmenso quebrantahuesos de más de tres metros de envergadura hace un par de pasadas buscando y esperando turno para comer. Si hay buitres no baja. Si ve gente no baja. Tenemos mucha suerte al poder contemplarlo tan cerca. “Hoy he traído 100 kilos de carroña, 80 eran huesos y 20 de carne. Para los buitres leonados esto es un aperitivo. No lo necesitan”, nos revela Manu. Y tiene razón: un leonado puede comer hasta un kilo de carne en apenas 60 segundos; el quebranta tiene que triturar el hueso para comérselo. Sí, se come el hueso y no solo el tuétano. Otra cosa aprendida hoy.

El trabajo de conservación del Fondo Amigos de Buitre hoy se enfoca más en los quebrantahuesos, los buitres leonados y sus comederos son el reclamo, una riqueza natural protegida que hay que respetar y cuidar pero que no está en peligro. Aunque no ha sido así siempre. Con el mal de las vacas locas los muladares desaparecieron por ley en 2005 y la población de buitres descendió en un 50% en territorio español. Afortunadamente en 2009 la Unión Europea rectificó y autorizó los‘Puntos de Alimentación Suplementaria como los cinco que hoy mantiene el Fondo Amigos del Buitre, la gran obra de Manu y sus compañeros de viaje: “Me gasto mucho dinero en la conservación de los buitres. No quiero nada a cambio. Solo quiero verlos. Y que los sigan viendo”.

Manuel Aguilera es un personaje mediático creado inteligentemente para focalizar atención y recursos, un tipo al que venden pintoresco pero que en realidad posee un discurso mucho más profundo: “Los seres humanos tratamos a los seres vivos como máquinas […] Esto es un globo cerrado, todo lo que aquí hagamos nos va a afectar tanto a ellos como a nosotros”.

Al final, su proyecto de vida no son tanto las carroñeras como el compromiso y la convivencia con todo el medio natural, el aprendizaje constante y la divulgación en el respeto a los demás seres vivos para intentar que los buitres no acabemos siendo nosotros.

Manuel, distribuyendo comida para los buitres en los años 80

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