“Eran Los Zetas”, dice la gente en Alto Lucero, Veracruz; “alguien les dio el pitazo y se fueron”

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La tarde del pasado viernes, decenas de sicarios encapuchados arribaron al municipio de Actopan, “se trepaban al techo de las casas y corrían de un lado a otro”. De acuerdo con el relato de los pobladores, primero llegaron a El Embarcadero, hurtando los objetos de valor para después llevarse a tres hombres. La segunda parada, bajo el mismomodus operandi, fue en El Ojital, donde levantaron a otros tres. Después llegaron a Alto Lucero, para entonces ya habían dos personas heridas y seis secuestrados. Los habitantes han asegurado que “fueron Los Zetas, el grupo más fuerte en el estado de Veracruz […] Acabaron con la felicidad de Alto Lucero. Secuestraron gente. Llevaban una pinche lista y comenzaron a hacer su desmadre”. 

Por Miguel Ángel León Carmona/BlogExpediente).

“Esos cabrones andaban secuestrando gente. Llevaban una pinche lista y comenzaron a hacer su desmadre. Yo le puedo decir, primo, que nomás iban por tres; los otros cinco eran inocentes. Nosotros en el pueblo somos bragados y quisimos detenerlos; pero contra esa gente no se puede pelear”.

Voces de tres vaqueros, sobre la avenida Murilla Vidal, de Xalapa, Dicen sentirse incómodos en las salas donde ahora velan a cinco de los ocho asesinados el pasado viernes 19 de agosto, en la llamada masacre de Alto lucero.

Allí adentro, en el parque memorial Bosques del Recuerdo, sólo abundan los quejidos y el olor a cadáveres de tres días. Además, los hombres tampoco pueden recordar a los suyos como se acostumbra en el rancho El Limón; llorando y maldiciendo culpables, aferrados a una botella de tequila Cien Años.

“Estos canijos acabaron con la felicidad de nuestro pueblo. Iban buscando billete, porque sí hay, pero las fortunas se hacen chiquitas cuando se tienen seis o siete hijos. A esa gente le gusta hacer dinero a la mala. Nosotros tratamos de defendernos; pero eran un chingo”.

¡Ay, primo nos partieron la madre!”, dice el más viejo de los vaqueros, mientras se cura la pena con sabor a agave.

El reportero escucha la charla mientras busca un encendedor para quemar un cigarrillo. “Venga, mijo, aquí se lo prendemos. Además se ve que quiere escuchar la historia. Venga, que se la vamos a contar, pero antes péguele un trago a la botella y no sea grosero”.

El más sobrio de los tres se recoge el llanto y se presenta como pariente de cuatro difuntos: Orlando Grajales Aguilar de 23 años. Tomas Grajales Rodríguez de 46. Francisco Montero Rodríguez de 40, y Mario Montero Rodríguez de 67. “A Tomás lo mataron por defender a su chamaco y a Pancho por querer salvar al viejón. Así las cosas”.

Es como la tragedia comienza a dibujarse, brindando por los caídos, unos de Alto Lucero y otros del municipio vecino de Actopan, Veracruz. Una barredora fúrica en menos de 12 kilómetros que sembró el pánico en tres comunidades de la costa veracruzana.

En tanto, de los agresores, los vaqueros reprochan sobre la vía pública: “Qué otro grupo habrá sido que no sea el más fuerte en Veracruz, primo. Los Zetas”.

“EN EL EMBARCADERO, PRIMERA PARADA, SE LLEVARON A TRES”

Eran las 16:00 horas del viernes 19 de agosto en la comunidad de El Embarcadero, Actopan, Veracruz; las señoras levantaban los trastes de la comida, los niños jugando con las canicas y el trompo de madera; los más viejos contemplaban el silencio desde sus butaques (sillas de madera con forro de piel de borrego). Fue cuando una tormenta de proyectiles cimbró el cielo.

Los entrevistados hablan de al menos quince vehículos de distintos modelos, con al menos 50 gatilleros abordo. La Fiscalía General cita 12 que fueron decomisados, con placas del Estado de México y de Veracruz. “Había unos bien chamacos, otras ya señores; unos se dejaron ver las caras, otros iban de pasamontañas”.

El presunto mando del convoy sacó una lista de papel y leyó el nombre de Claudia Montero Zavaleta. No fue difícil localizarla, aseguran, pues en el camino de terracería apenas se asoman cuatros viviendas. La orden fue levantarla.

Los sujetos armados irrumpieron en las viviendas del Embarcadero hurtando los objetos de valor: pantallas, electrodomésticos, dinero en efectivo. Dejando un destrozo en los interiores.

Sin embargo, dos hombres de oficio queseros trataron de impedir el secuestro de Cluadia Montero. No hubo respuestas de los encapuchados; se los llevaron también. Los subieron a las bateas, vistiendo sus mandiles y botas de hule blancas; el uniforme de su eterno oficio.

“No sabemos si la difunta tenía dinero, pero estos queseros eran bien pobres. Su error fue querer rescatar a la muchacha; murieron haciendo lo que nos enseñan los viejos en el pueblo, defender a las mujeres”, comparten los vaqueros, ya con la botella de tequila anunciando el fondo.

A ninguno mataron en ese momento, aseguran los testigos. El plan seguía en pie, secuestrar a todos. “Mejor para los malos, pues ya se les estaba haciendo costumbre secuestrar por esos rumbos. Dijeron si vengo por uno pues me llevo a tres, qué chinga”.

“SEGUNDA PARADA, EL OJITAL, LEVANTARON A OTROS TRES”

¿Quién es Mario López?, preguntó un encapuchado, palomeando su lista de papel. “El viejo ya colmilludo, contestó que no estaba. Pero, Mario, su hijo, al ver a tantos hombres armados bajo corriendo desde la azotea y dijo que era él… Pero a quien buscaban era al Pancho. A esos canijos les valió madre y se llevaron a los dos” comparte el vaquero a las afueras de Bosques del Recuerdo, esta vez con un trago profundo a su bebida de tequila, por tratarse de sus familiares.

Del primer poblado, El Embarcadero al Ojital, hay unos cinco kilómetros de distancia. La gente no tuvo tiempo ni señal telefónica para prevenir a los vecinos. Además, cuentan los testigos que los gatilleros esta vez bloquearon las estradas del pueblo con sus vehículos. Nadie debía escapar, fue la orden.

De la comunidad El Ojital, también perteneciente al municipio de Actopan, secuestraron en total a tres personas. La última víctima, cuentan los entrevistados, responde al apodo de “El Pelón”, a quien no hallaron los pistoleros y en su lugar plagiaron a su hermano. “Fue la misma chingadera, primo. Nadie quiere que le quiten a un hermano”.

La técnica para penetrar el temor entre los lugareños fue la misma; lluvia de balas, palabras altisonantes y carcajadas de los encapuchados. “Allí se robaron hasta una camioneta; ropa, tenis, todo se llevaron. Tengo una prima que tenía unos loros, pues hasta los loros se chingaron”, precisa el hombre, que si bien rebasa los niveles del alcoholímetro, advierte que su nombre no debe salir en el escrito.

“LA TERCERA PARADA ERA EL LIMÓN, PERO NO LOS DEJAMOS” 

Los personeros arrancaron los automotores y pusieron la mira en el tercer poblado, ya en el municipio de Alto Lucero, en el rancho El Limón, a escasos siete kilómetros de distancia. Habían transcurrido al menos 20 minutos y la presencia policial de José Nabor Nava Holguín, Secretario de Seguridad Pública del Estado.

El saldo para entonces ya era de seis personas plagiadas y otras dos heridas por proyectiles; gente que ante el estruendo de los armamentos salieron a asomarse desde la azoteas. “A uno le impactaron en el pecho y está hospitalizado de gravedad. A otro le rozaron la oreja”, detalla Manuel Domínguez, Alcalde de Alto Lucero.

El mensaje, en el poblado rural había llegado más pronto al Limón que la asistencia policial. Acto seguido, la comunidad, no mayor a los 200 habitantes, decidieron repeler el convoy de presuntos secuestradores con una hilera de camionetas y carros de remolque.

“Nosotros esperábamos un carro o dos, pero eran un chingo. La primera vez que hubo un secuestro nada más entraron dos camionetas. La verdad, primo, al ver tanta gente mejor decidimos escondernos en nuestras casas. Tenemos más huevos que ellos, pero con tanta pistola no se puede”, se lamentan los vaqueros, advirtiendo que la bebida de litro está por terminarse.

“ALGUIEN LES DIO EL PITAZO A LOS MALOS Y SE FUERON”

“A lo mejor les dieron el pitazo de que iban los soldados y ya no entraron al Limón. Desafortunadamente ya le habíamos dicho a mi pariente Tomás que se jalara para el pueblo a auxiliarnos. ¡Ay, primo, a ellos no les tocaba, pero por querer venir a apoyarnos se lo chingaron junto a su hijo también”.

El convoy se desvió del Limón con rumbo a la comunidad de El veinticuatro, Alto Lucero. Tomás y Orlando regresaban de su jornada en el campo, abordo de una camioneta Pointer color gris… Fue en un camino sin salida donde padre e hijo se toparon con el arsenal de los encapuchados.

“Donde acorralaron a mis parientes está un puente; se quedaron a cinco segundos de haber llegado a la cima. Me imagino que de haber visto el desmadre se pudieron haber desviado o escondido. Pero los malos vieron que la camioneta venía recio y comenzaron a dispararles”.

“Pensamos que Tomás murió al instante, porque recibió varios impactos en el cuerpo. Aun así lo subieron a la camioneta con los otros seis que iban secuestrados. A Orlando le pegaron con los rifles en el rostro. A lo último lo mataron con el tiro de gracia”, cuentan los hombres de sombrero.

“SI NOS VA A CARGAR LA MADRE, A USTEDES TAMBIÉN”

El Alcalde de Alto Lucero asegura que apenas recibió la noticia del altercado en la zona de su municipio solicitó apoyo a la Secretaria de la Defensa Nacional (Sedena) y de la Seguridad Pública (SSP). Los lugareños dicen que a los gatilleros les dio tiempo suficiente para decidir.

“Esos canijos dijeron: si me va a cargar la madre, pues les va a cargar la madre a ustedes también. Entonces asesinaron a las ocho personas, una por una, abandonaron los carros y se dieron a la fuga con rumbo a la sierra de Laguna Verde. Cuando la policía llegó nomás vieron el regadero de gente”.

“Aquí las cosas están raras, cómo es que los soldados se encuentran de frente a los malos, ya con los helicópteros sobre volando y no matan a nadie y además se les pelan. Ya no sabemos si les dieron chance”, comenta el vaquero, que para el final de la botella de tequila y se ha puesto a tono del llanto de sus compañeros.

“Lo que nos da más muina, primo, es que mataron a personas que trabajaron como animales y ni siquiera pudieron disfrutar. Semos hermanos y nos queremos como hermanos. Por eso me duele esta pérdida. Por la pinche maldad de estos cabrones”.

Así termina la entrevista sobre la masacre de Alto Lucero; una historia más en el libro de Javier Duarte de Ochoa.

Una botella de tequila Cien Años que permitió a los más valientes de la familia llorar por los suyos y hasta dictar el grupo de los presuntos asesinos.

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