- Dos naciones caribeñas, 17 agrupaciones artísticas, talleres, ciclos de cine, un foro académico y la entrega de una presea y dos homenajes póstumos, el resultado de la decimonovena edición del festival
Veracruz, Ver., 28 de abril de 2014.- Veracruz también es Caribe, no sólo por el color de la piel, la forma rítmica de su música o por la manera de comer; son siglos de migraciones, intercambios, sueños libertarios compartidos en esta región cultural, en este mediterráneo insular y costero al cual se afianza como el coral de que están hechas sus casas y sus negros cimarrones que trajeron aires independentistas a la América.
Oaxaca, Guerrero, Querétaro y Yucatán serán los territorios mexicanos de esa extensa geografía afrodescendiente, que junto a su hermana mayor, La Vera Cruz, la puerta cultural del Golfo se introducirá en nuestro mestizaje la impronta negra.
Diáspora africana cuyos colores nos hermanan y permean los sones de la tierra, los ritmos que cantan siglos de cultura compartida, de moliendas de azúcar, plantíos de café, tabaco, caña y jinetes en el arreo de ganado.
Así lo hizo el vaquero de las llanuras del Sotavento hasta el gaucho de las pampas argentinas. Sus cantos son gotas de este mare nostrum que es el Mar Caribe.
Cantos de jaranas y arpas sotaventinas que junto con tambores, sonajas y gaitas del bullerengue colombiano hicieron bailar a los veracruzanos en la penúltima noche de música y folclor de la fiesta de la tercera raíz en Veracruz.
Petrona la caribeña y los sones de nuestra tierra
La reina del bullerengue, Petrona Martínez, hija de la costa Caribe de Colombia, cuyos cantos de mujer afrodescendiente los dedicó a La Negra Graciana, la matrona del arpa jarocha a quien estuvo dedicada la decimonovena emisión del Festival Afrocaribeño.
Petrona es cantadora de hondas raíces en el folclore colombiano, su linaje inicia con su bisabuela Carmen Silva, el cual transmitió a Elena Llerena, su nieta, quien la acompañó en el escenario, en los cantos de la faena familiar en los ríos, sembradíos, en el fogón o el mortero, vasija de raíces africanas y que nuestros pueblos de América utilizan en las labores de molienda.
Lo estrepitoso de los tambores “hembra” y “llamador” del bullerengue, compartieron el foro con los percutidos pies descalzos de las bailadoras jarochas, como se usa en los fandangos popolucas del sur veracruzano; ambos herederos de los bembes yorubas, de los pueblos negros de la África septentrional y que en el cabildo negro de cimarrones cantó libertad en las haciendas azucareras latinoamericanas.
Toros zacamandú, Pájaro cú, Lloroncita, sones de montón y de pareja rememoraron la prosapia de los hijos del Sotavento, como lo era Graciana Silva, La Negra, como el icono caribeño de Toña La Negra, el orgullo caribeño de Veracruz, de Cuba y de todas las naciones que hoy siguen cantando su Oración Caribe.
Graciana se hizo sentir en los acordes cristalinos, tocados al viento y convertidos en mujer, en el arpa de Adriana Cao, mujer porteña con cuatro décadas en los quehaceres del son y el arpa; aprendió de don Nicolás Sosa y Pánfilo Valerio, abuelo de otra joven artista incluida en el elenco del festival, Verónica Valerio, cuyas herencias musicales de los sones veracruzanos ha fusionado con el son montuno, el jazz y la música electroacústica, que ha llevado al disco de ida y vuelta, como los cantes que en los viajes de los barcos entre Europa y América andaban entre las mercancías.
Liche y Rubí Oseguera, acompañados de las bailadoras y cantoras de la tierra, de las nobles casas, donde se acuna el son; en Chacalapa, Tres Zapotes, San Pedro Soteapan, rancherías y solares veracruzanos donde abreva la tradición y que estos dos incansables promotores musicales han reunido bajo el nombre de Al sol y al sereno.
Miembros de antiguos proyectos musicales conocidos como Chuchumbe y Relicario, estos talentosos hermanos afincados en el sur de Veracruz, acompañados por la narrativa del decimista Samuel Aguilar, fueron guiando a los espectadores, entre los sones, bailes, cantos y acordes de la herencia andaluza y africana del son jarocho.
Sones jarochos y bullerengue unieron a México y Colombia en los colores de la diáspora africana y nos convierten en los herederos afrodescendientes de las costas colombiana y veracruzana.