Los hermanos que murieron en Pajaritos

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Coatzacoalcos, Ver.- Rutilio Sánchez Rodríguez estrecha a sus dos nietos. Los parvulitos berrean desesperados ante el apretón que el abuelo les prodiga. Corren a un lado, y regresan inmediatamente cuando éste les ofrece darles un dulce, pero sólo es un engaño para tenerlos de vuelta en su regazo y volverlos a apretujar. “Dios me quitó a dos, pero mira, me dejó a estos dos”, dice en su sabiduría y resuelto a criar a los chiquillos que son huérfanos de Abigaíl.

Son los nueve días de sus hijos Abigaíl y Óscar Sánchez de la Cruz, de la congregación Mundo Nuevo, en Coatzacoalcos. Los dos murieron en la explosión de Clorados III y se les recordó con rezos, levantamiento de la cruz y una comida para los deudos. “Con mi primera nieta, hace seis años, dejé de tomar. Fui tomador muchos años, y esa noche, de 16 de septiembre, nació mi primer nieta y y me he sostenido”, cuenta Rutilio Sánchez Rodríguez, jubilado de Pemex, padre de dos de las más de 30 víctimas de la tragedia en la planta Clorados III, de la empresa Mechixem.

Ahora, mientras disfruta de un caldo de res con verdura, no lo dice, pero sus pensamientos hacen suponer una nueva promesa al Creador: ofrendar los últimos años de su vida al juramento de sacar adelante a los dos nietos. “Ya vas a tener que criar de nuevo”, le dice una vecina presente en los nueve días a Rutilio Sánchez. “Ya uno está muy grande, a veces para criar a un hijo, el padre debe ser duro de carácter, lo malo que en mi caso ya estoy grande, ya no me nacería eso, sólo me dan ganas de abrazarlos y quererlos”, responde.

Alto, fornido, de cabello corto, y hablar pausado, Rutilio cuenta lo que vivió hace 25 años con la primera explosión en Clorados II, en 1991, siendo él eléctrico industrial de Pemex en el complejo Pajaritos: “Me tocó esa explosión trabajando en la planta, yo, al igual que mis hijos ahora, estaba trabajando con un hermano, se dio el trancazo, y corrí cuanto pude para salvarme, pero de pronto me acordé de mi hermano, comencé a buscarlo, a preguntar por él, y no lo encontraba en medio del caos. No me salí del complejo hasta que no lo encontré vivo, y salimos juntos”.

La historia de cómo Rutilio salvó a uno de sus hermanos en la explosión de Clorados II el 11 de marzo de 1991 la contó a sus cuatro hijos innumerables ocasiones. Con ella crecieron. Adultos, tres de ellos ingresaron a trabajar en empresas del ramo petroquímico y el otro está en Petróleos Mexicanos (Pemex), los cuatro con el gen de nunca dejar a un hermano atrás en caso de presentarse un accidente.

A Rutilio Sánchez no le quedan claras muchas cosas del día de la explosión. Pero varios se lo han contado. Y entre obreros también ya es un comentario generalizado que va de boca en boca con orgullo. Que el día de la explosión Abigaíl Sánchez, de 30 años, con grado de supervisor, ya había salvado la vida al haber corrido oportunamente a un área segura después de la primera explosión, la de menor magnitud.

Lejos del peligro, quizá, recordó la historia que papá siempre les contaba cuando niños. No lo dudó, y pese a la protesta de algunos de sus compañeros con quienes salió ilesa, regresó y no se supo más de él, hasta cuatro días después, cuando salió, junto a Óscar, en una carroza fúnebre.

Durante más de 72 horas, la familia de Óscar y Abigaíl acamparon en el estacionamiento de Petroquímica Mexicana de Vinilo (PNV) a la espera de noticias. Madre, nueras, tíos, hermanos, sobrinos, se instalaron bajo un árbol aguardando esperanzas. Pero la primera información fue el hallazgo de un cadáver con los registros dentales de Abigaíl.

“Mis hijos son muy unidos, siempre se están ayudando o pendientes el uno del otro”, cuenta la madre de los dos finados. Abigaíl y Óscar lo confirmaron hasta la muerte, pues los dos aparecieron abrazados, trenzados pues, con las extremidades literalmente fundidas en el último momento de la vida cuando fueron alcanzados por la explosión mayor que arrasó la planta y la infraestructura del complejo, cuya onda expansiva se sintió en diez kilómetros a la redonda, liberada con intensas lenguas de fuego. Juntos llegaron a trabajar ese día al complejo, Óscar como andamiero, Abigaíl como supervisor para una empresa adscrita a ICA-Flúor; juntos murieron y juntos los devolvieron a la tierra.

Lucero Rocha Romero, nuera de Rutilio, esposa de Abigaíl, madre de los dos nietos, también carga luto en casa, Ulises Rocha Romero, su hermano, también murió en Clorados III. Era andamiero y estaba trabajando para apoyar a su mamá, Gloria Romero Vergel. El joven de 26 años, sin estudios profesionales, era originario de ejido Gavilán I. Vivía cerca de una laguna, en medio de la pobreza y la marginación que es irónica en la capital de la petroquímica.

De las indemnizaciones para las víctimas, aun no se tienen noticia. “Sabemos que están caminando, está en trámite porque hay mucho papeleo por sacar, pero hasta ahora las empresas han pagado todo, funeral y algunos gastos” dijo Rutilo Sánchez.

La inquietud ahora de las familias, es lograr además de las indemnizaciones y justicia para sus muertos, pensiones que ayuden a pagar el estudio de los huérfanos. Rutilo Sánchez quiere que sus nietos en el futuro estudien algo y cuenten con mejores posibilidades para enfrentar la vida, y no tener como primera opción el trabajo en las empresas contratistas de Pemex, con pocas prestaciones, mal pagados y vulnerables

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