Cada uno de ellos cumplió un papel fundamental en la condena y sufrimiento de Jesús y por ello han pasado a la Historia
Anás
Anás, junto con Caifás —ambos sacerdotes del Sanedrín— son considerados los responsables de haber enviado a la muerte a Jesús, aunque en el momento de la Pasión, Anás no era sumo sacerdote, ya que el puesto había sido ocupado por su sobrino Caifás. Sin embargo, su edad y el respeto de la comunidad judía le convertían casi en sumo sacerdote de facto.
Jesús, tras ser apresado en el huerto de los olivos, fue llevado a casa de Anás: según la tradición, no se podía iniciar ningún juicio por la noche y allí harían tiempo hasta llevarlo ante su sobrino. Según relata San Juan, en casa de Anás se sometió a Jesús a un intenso interrogatorio: los sacerdotes querían que se juzgara a Jesús bajo dos acusaciones. La primera, por la que pudiera ser juzgado bajo sus autoridades eclesiásticas y que se sustentaría en la blasfemia. La segunda, la que llevara a Jesús ante los tribunales romanos por sedición. Sólo de esta forma podrían condenarle a ojos del pueblo judío y, sobre todo, bajo pena de muerte —un poder que sólo tenían las autoridades romanas—. Precisamente durante este primer interrogatorio, Anás fue quien intentó hallar un testimonio que condenara al Maestro ante los tribunales civiles, aunque sin suerte. Finalmente, prefirió deshacerse de aquel hombre que aseguraba ser el Mesías para mandárselo atado a su sobrino.
Caifás
Tanto Anás como Caifás y el resto del Sanedrín ya habían decidido que querían condenar a muerte a Jesús. El propio Caifás había asegurado en una reunión previa al juicio que «conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación». En realidad, Caifás era «un hábil político al que interesaba, ante todo, mantener el difícil equilibrio con el procurador romano y no poner en peligro su propia posición», escribe José Antonio Sayés en el libro «Señor y Cristo: curso de Cristología». De hecho, han trascendido a la historia las buenas relaciones que Caifás trataba de mantener con la administración romana. Según recogía el historiador Flavio Josefo en sus escritos, Caifás ni siquiera se quejó cuando Pilato arremetió contra la identidad religiosa de los judíos.
Como consecuencia, en casa de Caifás prepararon un juicio al que llevaron falsos testigos. Pero la acusación no prosperaba. Y, urgido por el deseo de condenarle, Caifás finalmente le hizo la famosa pregunta: «Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios». «Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo», respondió Jesús. Y con ello, ya tenían suficiente para condenarle. «Qué necesidad tenemos de testigos? ¡Ha blasfemado!». Con esta respuesta, además, podían llevarle ante el gobernador Poncio Pilato.