Salvó el pellejo pero perdió la vida

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Por Gustavo Martínez Contreras

Benito Robles vivía en lo que ahora es el restaurante La Michoacana, frente a la terminal de Transportes del Istmo, era trabajador de Pemex, tenía esposa y una hija, de nombre Julia las dos, además que en sus ratos libres tenía un negocio de venta de cerveza… se podría decir que en su vida lo tenía todo.

Julia, la hija, contaba con unos muy bien desarrollados 20 años que no eran ajenos a las miradas de los varones, pero había un joven que pretendía ir más allá de las miradas y sus esfuerzos iban encaminados para la conquista de la joya más preciada de don Benito.

Por supuesto que el señor Robles no estaba muy contento con los embates del Romeo tabasqueño, que quería tener amores con su Julia… Abigaíl Izquierdo González, oriundo de Macuspana, buscaba tener encuentros cercanos con Julita, a lo que don Benito se oponía rotundamente y así se lo hacía ver al enamorado cada vez que se encontraban.

La tensión podía cortarse con cuchillo cada vez que se encontraban, en cierta ocasión se encontraba el señor Robles en el salón de billar bebiendo unas frías, transcurrido un tiempo decidió ir a casa, seguramente a degustar sus sagrados alimentos al lado de sus mujeres… sus Julias.

Iba saliendo del billar cuando descubre al pretendiente de su hija, seguramente por el exceso de alcohol, un coraje irrefrenable le recorrió por todo el cuerpo, a tal grado que de entre sus ropas sacó un viejo revolver y le apuntó al joven Abigaíl y mientras le decía improperios le hizo un disparó y se fue.

Abigaíl Izquierdo seguramente ese día se había levantado con el pie derecho, porque al revisarse el lado del pecho que indica su apellido se encontró con un espejo abollado por el impacto de bala, lívido, toda su vida recorrió su cabeza por un segundo, mientras pensaba en que se las iba a cobrar a su agresor y daba las gracias a su espejo salvador.

Pasó el tiempo, Abigaíl ya no pensaba que hacer vida con Julita fuera posible, el amor dio paso a un sentimiento de venganza contra don Benito, estudió meticulosamente los pasos del que hubiera sido su suegro y fraguó su plan.

No habían pasado ni tres semanas desde el atentado cuando Abigaíl ya tenía todo listo para su venganza… ese día lo había repasado una y otra vez, estaba nervioso. La tarde era caliente, don Benito había salido de su trabajo, quizá iba pensando en qué habían preparado de comer sus Julias.

Abigaíl sudaba copiosamente, quizá pensando en la hija de don Benito y cómo hubiera sido su vida juntos, de entre sus ropas acariciaba el arma con la cual consumaría su venganza, el odio que desmoronó al amor que sentía por Julita salió a flote en el mismo momento que sacaba el arma.

Don Benito caminaba distraídamente, cuando a la altura de donde estaba el cine lo encontró su destino en la figura de un Abigaíl fuera de sí, quien con dos detonaciones dejó tirados su futuro y al que no quiso ser su suegro… Huyó a Tabasco, jamás regresó a Villa Cuichapa.

Muchos años después, llegó a esta Villa otro Izquierdo, dijo que era hijo del finado Abigaíl, tramitó su ingreso a Pemex con ayuda de su tío Efraín, no llevaba ni una semana cuando le contaron la historia de su papá y el porqué de su salida del pueblo, después de la tercera guardia, al muchacho no se le volvió a ver por aquí.

Puede decirse que Abigaíl, aquél día en que don Benito le disparó, salvó el pellejo… pero perdió la vida al lado de Julita.

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