TLACOTALPAN: FIESTA Y TRADICICIÓN

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Desde hace más de un siglo, los habitantes de Tlacotalpan escoltan a su patrona, la Virgen de la Candelaria (engalanada con nuevos atavíos que la hacen lucir aún más menudita), en una fastuosa cabalgata con cientos de jinetes, guiados por una capitana, una teniente y una coronela.

Las mujeres visten el traje veracruzano tradicional, con encajes, joyas, abanicos y peinetas de carey.

Al frente de la procesión va el arzobispo del Pueblo, seguido de las cofradías católicas más importantes de la región, las cuales compiten entre sí para ver quién le canta a la Virgen los mejores temas. A ese duelo de adoraciones se suman los clarines y tambores de las bandas de la Escuela Naval Antón Lizardo. La música se escucha por doquier en las calles del pueblo.

Conforme se acerca la noche, aparecen los “toritos” los que salen de los talleres de los coheteros, y también esas bebidas preparadas con ron y jugo de frutas. Ni los primeros rayos del sol desaniman a los parranderos.

La perla del Papaloapan no tiene un momento de sosiego hasta que termina la fiesta, el 9 de febrero.

Y es que en estos días Tlacotalpan, recibe visitantes de todos los rincones del país, que no cesan de imitar a sus anfitriones y a los jaraneros, quienes realizan aquí la cumbre de sus picardías. En este encuentro de músicos, los participantes venden sus instrumentos, intercambian coplas y acompañan con versos y melodías al público durante todo el tiempo que dura esta festividad, sin importar si es de día o de noche.

Con un poco de suerte es posible escuchar a los mejores exponentes del son jarocho, esos grupos que nos representan en los festivales internacionales. Mono Blanco, Los Vegas y los Cojolites (estos últimos una agrupación integrada por jovencitos que no alcanzan los 20 años) son asiduos asistentes a esta celebración, a la que también concurren jaraneros de las más humildes rancherías del estado de Veracruz.

Pero la belleza no es privilegio de las mujeres, el pueblo también es una joya (por algo fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), y cobra vida como nunca en estos días de fiesta, cuando se llena de mojigangas y de bailadores de fandango que no dejan de zapatear en los tablados para demostrar su alegría.

Todo Tlacotalpan brilla con sus tonos pastel, que complementan las herrerías de los ventanales y las arquerías características del lugar, donde los paseantes se resguardan del sol. También pueden verse casas con dos tonalidades diferentes en sus fachadas, en un derroche de imaginación y estética.

La buena comida nunca puede faltar en las grandes celebraciones, y en Tlacotalpan el gusto se regala con sabores de tradición. La Posada Doña Lala y el mercado del pueblo (que data del Porfiriato) son excelentes ejemplos de la riqueza gastronómica del estado. Hay que probar el arroz a la tumbada (arroz con caldo de pescado), el tizmiche (hueva de camarón), los pulpos, los calamares, el pescado a la veracruzana, el mondongo, las gorditas de anís y blancas, la longaniza y las enchiladas.

Tampoco hay que perderse las garnachas de Doña María Cobos, el único lugar que han visitado todos los presidentes y las primeras damas que han pasado por la región. Los postres son notables y para muestra están las naranjas rellenas, la sopa borracha y el dulce de leche. Por estos días los tlacotalpeños no solamente abren las puertas de sus casas para convidar a los visitantes, también comparten el universo de este singular rincón en las riberas del Papaloapan.

 

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