Vive con su ataúd desde hace 20 años

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Con 19 mil pesos planeó su muerte, compró el féretro, tumba y a 10 mujeres que le lloren; tomó esta decisión.

Vive con su ataúd desde hace 20 años
Junto a su primo el panteonero Santiago Ávalos Bravata, quien podría ser su enterrador.
Foto: Luma López
Luma López

Un hombre que vive con un ataúd desde hace 20 años planeó su muerte, compró su tumba y hasta pidió que 10 mujeres pagadas le lloren durante su sepelio.

Antonio García Leyva es un chofer del servicio público de 65 años que vive en el municipio indígena chontal de Nacajuca, situado a 29 kilómetros al noroeste de Villahermosa y tiene sorprendido a muchos que lo aprueban y otros que difieren de sus planes mortuorios.

Todo comenzó hace muchos años cuando en Jalapa un pueblo singular habitado por músicos, mando a talar un árbol de macuilí para fabricar sus muebles y del resto encargó a un carpintero diseñar su féretro a la medida.

“Este es mi ataúd en el que pienso irme en mi último viaje, lo mandé hacer hace aproximadamente 19 o 20 años, me costó 3 mil pesos y a donde me cambio de vida allá lo llevo hasta que llegue el tiempo de usarlo para irse en el último viaje”, relató Antonio.

Su caso es digno de una novela de Macondo, en un pueblo ficticio de la novela ´100 años de soledad´ dada la singularidad con que fraguó el día de su muerte y las circunstancias que le rodean, pero la diferencia es que ´El Hombre del Ataúd´ sí es real.

Este singular personaje compara su partida con un viaje de vacaciones, pero sin retorno en donde se preparan maletas y sueños.

“Así como dice la gente que nos preparamos para irnos a un viaje, pues hay que ir pensando que la muerte es algo natural que tiene que llegar en cualquier momento, cuando menos se lo espera, entonces lo primero que  compra uno es un ataúd y una tumba, y yo dije: pues si tengo la madera vamos a ver si no se echa a perder y cuánto tiempo tardo vivo”, justificó.

A simple vista Antonio expresa temor y por momentos pareciera violento, pero es todo lo contrario, es jovial, amable, atento y popular en la calle 16 de Septiembre del barrio del Carmen, todos lo saludan como si se tratara de un candidato, es muy apreciado.

Tiene dos apodos, unos le dicen el ´Peludo´ y los más cercanos le gritan en la calle ´Cagatrilla´, este último heredado de su padre debido a que antiguamente a los caminos se les tramaba ´trillas” y el segundo vocablo pues por razones obvias lo omitimos.

Antonio vive en una pequeña habitación de 6 metros de frente por 4 de fondo, rodeado de zapatos, botas, gorras, sillas, equipo de sonido, su cama, mini estufa y una mesa con una licuadora; el cofre resalta a la vista, es de color nogal y mide 59 pies de alto por 30 pulgadas de ancho sin que a la fecha la polilla lo haya invadido.

A decir de Antonio, fue la mejor decisión para evitarle gastos a su familia.

“Más que nada pues a como están los tiempos ahorita y la situación económica, pues a mi modo de pensar es mejor que no gaste mucho la familia, pues ya teniendo la caja y la bóveda ¡pues ya!”, sostuvo.

A la fecha sólo ha invertido 16 mil pesos para su sepelio, 3 mil del cofre, 13 mil de la bóveda y 3 mil más para pagar a las ´lloronas´, un ahorro significativo comparado con el costo actual de los servicios fúnebres con gastos de entre 78 mil a 162 mil pesos que incluyen sala de velación, cafetería, asesoría en trámites, traslado, embalsamado, maquillaje, ataúd, cremación, urna y nicho.

Antonio encargó a su hermano Raúl su última voluntad: pagar 300 pesos a 10 mujeres que le lloren en caso de que sus tres ex esposas y 10 hijos se nieguen a despedirlo el día que rinda cuentas.

“Le comenté a mi hermano, el más chiquito, que si llegara a morir hay unos centavos que para no molestar a los nietos, ni a los hijos, ni a nadie, le pedí que consiguiera 10 mujeres que quisieran llorar por 300 pesos, un ratito nada más a la salida de la casa, de la iglesia, y llegando al panteón se le pagan los 300 pesos”, detalló.

Su hermano Raúl, el menor de seis que desaprueba los planes de Antonio, confirmó y describió las instrucciones sobre su última voluntad.

“Me dice él: cuando yo muera carnal, tú vas a ser el encargado de que vengan todas mis mujeres a mi sepelio. Yo le dije que si estoy vivo pues se lo voy a cumplir (…) en caso de que no venga mi familia yo quiero que me lloren, tú págales pero que me lloren. Siempre y cuando me deje la lana con mucho gusto yo pago de 300 pesos por cabeza”. Explicó.

“¡Puras mujeres, no quiero hombres!”, dijo que le advirtió.

Cuenta Raúl que su hermano Antonio ha sido objeto de burlas, bromas en donde incluso sus amigos se han escondido en el interior del ataúd para espantarlo.

Dice que cada año cambia la tapa del cofre con la intención de buscar el mejor diseño “el de moda” para que lo miren “bonito” por última vez.

“Según pasan los modelos de la caja, mi hermano le va cambiando la tapa; hace poco le dije que mejor la dejara sin tapa para que cuando se muriera le hiciéramos una de moda y se viera bonito”.

Raúl dice que Antonio terminará enterrando a toda su familia, pues con su plan mortuorio sólo espanta a la muerte: “está preparado para morir, pero le decimos que nos va a enterrar a todos porque con la caja no creo que se muera”.

Antonio vive a unas 8 cuadras del cementerio local de Nacajuca, ahora cuenta con dos bóvedas, una adquirida recientemente y otra que heredó de su padre fallecido hace 25 años, pero se encuentra indeciso, aún no sabe en cual descansarán sus restos.

Apoyado en la capilla donde descansan los restos de su padre, “aquí es donde pienso terminar mis últimos días, y por ahí tengo otra que está nuevecita todavía donde no hay nadie enterrado, pensamos quedarnos con las dos, o si el hambre nos friega tendremos que vender una. Este es el complemento, ¡allá es el nicho y acá está el sepulcro!”, dijo al pie de la bóveda que le espera”.

No todos desaprueban su decisión y tampoco creen que está loco, su primo Santiago Ávalos Bravata afirma que haría lo mismo para ahorrar gastos y molestias a la familia.

La ironía persigue a Antonio, pues en el panteón lo espera su primo Santiago Ávalos Bravata, nada más y nada menos que ‘el panteonero’, él apoya su inusual historia y afirma que haría lo mismo para ahorrar gastos y molestias a la familia.

“¡No está loco! En mi caso yo haría lo mismo, ¿por qué? Porque como dicen: a veces jalamos bien con la familia y a veces no (…) No hay necesidad de andar dando tropeles acá, sacando actas, sacando esto, pagándole ahorita a los de las funerarias, es un gran dineral que aquí es negocio redondo”, manifestó ‘el muertero’.

A decir de Antonio, sus hijos lo respetan, pero no así sus amigos y otros miembros de la familia que lo tildan de “medio loco”.

Pocos saben que conserva un ataúd de casi dos décadas en su actual domicilio, y quienes están enterados por miedo ni se acercan.

El cofre forma parte del mobiliario, representa lo mismo que un ropero o una mesa que en cada mudanza es trasladado entre tres o cuatro amigos pues rebasa los 100 kilogramos.

Ya intentó vender, destruir y quemar el féretro, uno de sus nietos incluso se quedó con martillo en mano y con las ganas de hacerlo añicos.

¡Fue imposible! Finalmente optó por conservarlo hasta llegar la hora.

“En una ocasión estuve a punto de meterme ahí porque había frío pero no lo hice porque no quite los tornillos y tuve miedo de que se fuera a cerrar y no lo pudiera abrir”, señaló.

“Vivir la realidad para poderla sentir”, es la frase que reiteradamente presume a sus conocidos para que lo dejen en paz.

Asegura que tiempo atrás, los hombres viejos del pueblo acudían tradicionalmente con carpinteros, a elaborar sus ataúdes diseñados a medida, pero la tradición se perdió por miedo y rechazo.

Aunque no tiene miedo a la muerte, afirmó que problemas hereditarios de la presión pueden consumar su propósito y provocarle un infarto.

“Yo pienso que de eso voy a morir, ya lo he soñado que me va a ganar; ya me estuvo ganando el infarto en el baño echándome agua y pensé que no la contaba, pero volvió a agarrar aire el corazón, y volví”.

Aunque todavía no ha llegado el momento para partir, contrario a lo que muchos piensan, don Antonio está convencido que después de la muerte ya no hay vida, que aquí todo acabó y que todo se paga.

“Aquí es la gloria y el infierno, no hay vuelta de hoja y de aquí nadie vuelve (…) quisiera morir antes de que no me pueda valer por mí mismo para no molestar a nadie, le pido a dios que me recoja porque ya viví lo que tenía que vivir, me iría contento” concluyó.

 

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