ARTICULISTA INVITADO

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Héctor Yunes Landa

 

Las encuestas dieron ganadora a Hillary Clinton y acertaron

 

Foto HYL

Senador Héctor Yunes Landa

Los sorpresivos resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de Norteamérica, las expresiones sociales que se han registrado y la incertidumbre generada por el triunfo de Donald Trump, develan el agotamiento del vetusto sistema electoral estadounidense.

Semanas antes del día “D”, las mediciones revelaban una elección reñida; escenario que finalmente se dio.

En Estados Unidos las encuestas no  fallaron: efectivamente, Hillary Clinton superó en votos, más de 573 mil, a Donald Trump; pero fue el republicano quien ganó en los estados que cuentan con el mayor número de delegados del colegio electoral y por ello obtuvo el triunfo.

El sistema electoral norteamericano fue concebido en 1787 para proteger los intereses de cada estado y evitar el dominio de las entidades con mayor población, por lo que no se permite el voto directo de los electores.

Los votantes norteamericanos, los que eligen, en realidad, son los delegados del Colegio Electoral: organismo conformado por 538 electores de todos los estados y de Washington, D.C.

De acuerdo con el número de población de cada estado, es el determinado número de delegados que se le asignan en el colegio electoral. Y es el candidato o candidata que obtenga 270 delegados o más quien se convierte en presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

Trump logró el voto de 306 delegados, contra 232 de Hilary. Por eso ganó, no obstante que Clinton obtuvo mayor respaldo ciudadano.

No es la primera vez que el pueblo estadounidense tendrá un presidente que no fue respaldado por la mayoría de los votos de la población. Desde 1824 se ha presentado esta situación en cinco ocasiones.

La más reciente se dio en el año 2000, cuando el demócrata Al Gore obtuvo 543 mil votos más que George W. Bush, quien finalmente fue presidente, el número 43 de esa Nación, gracias a que ganó 271 colegios electorales, contra 266 del candidato demócrata.

Desde hace varios años se han multiplicado las voces que apelan al cambio del modelo electoral, por considerarlo arcaico y no respetar la voluntad real de la sociedad.

Recuerdo que desde que un servidor cursaba estudios de posgrado en 1992, en las Universidades de Georgetown y George Washington University en Washington, D.C., se discutía ampliamente las desventajas del voto indirecto y su incumplimiento a los principios de la democracia.

Tanto Hillary Clinton como Donald Trump han externado su descontento con las características de su sistema electoral.

Frente a la polarización que generaron los comicios y el repudio de una mayoría multiétnica a políticas racistas y sectarias, la clase política del vecino país tiene la gran oportunidad  de corresponder al sentir real de una mayoría, cuyo sistema electoral los limita.

Hay quienes sostienen que se corre el grave riesgo de que el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica tome decisiones trascendentales, pero que estas no sean realmente respaldas por la mayoría de la población.

Paradójicamente, en la democracia norteamericana se puede dar un gobierno con las características que esbozaba Aristóteles: de los menos. Nunca en la historia moderna esa ecuación ha dado resultados positivos.

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