Buscando identidad

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Ni es Quetzalcóatl ni la Malinche, sino una compleja situación de hegemonía cultural sin resolución

Javier Pulido Biosca

Revista Raíces

Una de las problemáticas más significativas del mexicano actual, pero que se inicia desde el siglo XIX, es la necesidad de sentirse poseedor de una identidad. Esta necesidad la sienten principalmente los grupos urbanos, desorientados por sus búsquedas de poder y por una vanidad originada en el individualismo.

En la región sur de Veracruz se han desatado búsquedas que anhelan definir la identidad a partir de personajes históricos de gran renombre y de los que se conoce poco debido a que las fuentes conocidas fueron influenciadas por las ideologías presentes en el siglo XVI, lo que ha producido innumerables fallas incluso en investigadores de gran renombre.

No es el caso aquí hacer un análisis de las intenciones no expresadas por Hernán Cortés, Bernardino de Sahagún o Bernal Díaz del Castillo. El estudio de las metodologías utilizadas por estos cronistas del XVI, con sus atinos y sus desaciertos requiere de un amplio espacio especializado y cuyos estudios más conocidos son la Visión de los Vencidos de Miguel León Portilla, La filosofía Náhuatl, del mismo autor o El Universo de Quetzalcóatl de Laurette Sejourné.

Sí es el caso de llamar la atención sobre la muy válida búsqueda de identidad en las ciudades de la región sur de Veracruz y en las zonas rurales. Cabe decir que los grupos indígenas tienen muy clara su identidad a través de sus prácticas comunitarias: las festividades rituales, su música tradicional, las plantas medicinales y sus leyendas.

Comunidades con identidad muy arraigada se ven en Pajapan, en Cosoleacaque o en áreas de Soteapan y Hueyapan. También ciertos grupos en Tatahuicapan y ciertas conductas en Zaragoza son herencia de una fuerte e incuestionable identidad.

Y es incuestionable porque se posee esa identidad que tiene una transversalidad que permea todas las actividades, tanto las cotidianas como las festividades y los rituales. En esas comunidades la identidad ni se dice ni se esconde, como algún día dijo Heráclito respecto de la verdad.

Aquí, donde hay identidad, ninguna de las comunidades se siente ligada a un pretendido Quetzalcóatl. Hablan náhuatl, penetran en el mundo de lo invisible a través de sus cantos y su música, pero simplemente no les importa el tema Quetzalcóatl, que dejan para los estudiosos y especialistas de corte urbano. En otras palabras, ni les pertenece ni lo necesitan.

Tampoco tocan el tema de la conocida Malinche, sobre la que los estudiosos urbanos han tejido innumerables historias que poco reflejan el siglo XVI antes de la conquista europea. Historias que tienen elementos bíblicos, otros de las leyendas de caballerías europeas y otros más remiten a las vagas referencias de Cortés, quien escribe con intenciones políticas, o Bernal Díaz, que recuerda sus vivencias y las escribe 40 años después y con la finalidad de discutir las escritas por Francisco López de Gómara.

Como sea, los grupos indígenas tampoco ven a la Malinche como dadora de algún tipo de identidad. La Danza de la Malinche, que se ha bailado en muchas poblaciones de la región, parece reflejar datos del proceso de conquista en versos que parecen haber sido escritos en el siglo XVI español y resulta un interesante objeto para el análisis literario y musical, particularmente donde todavía se baila: Sayula, Oluta o Pajapan.

Algunas poblaciones, como Oluta o Jáltipan, reclaman la paternidad de este personaje. Sin embargo, aún otras poblaciones cuyas evidencias arqueológicas y algunas tradiciones orales las refieren como Painala, distan mucho de tener una identidad a partir del personaje, como es el caso de Tonalá, Veracruz, límite territorial con el estado de Tabasco y donde se han descuidado los vestigios arqueológicos a los que refiere el mismo Bernal Díaz como el lugar donde él plantó los primeros naranjos en tierra firme americana.

La verdadera identidad

Ninguna identidad es falsa, pero es muy fácil para los grupos urbanos creer que tienen una identidad proveniente de alguna grandeza del pasado en vez de reconocerla en sus prácticas cotidianas. La cotidianidad no parece ser grandilocuente.

Y es claro que, por su historia, los principales centros poblacionales del sur de Veracruz, Coatzacoalcos, Minatitlán, Acayucan, Nanchital, Agua Dulce o Las Choapas, tienen distintas identidades, aunque sus rasgos comunes también sean muchos.

¿Por qué no intentar la identidad de Coatzacoalcos como un puerto? Destacar el carácter comercial de las migraciones registradas. Tal vez no todas. ¿Por qué no referirnos a Minatitlán como una identidad petrolera, o a Nanchital, Agua Dulce o las Choapas? ¿Y Acayucan como agropecuaria?

No sería una mala idea intentar ver cómo se constituyen los grupos hegemónicos en estas ciudades, cómo se posicionan en los espacios de poder y cómo, a partir de esta manera de concebir las cosas, han negado y sometido a las poblaciones originarias, a la vez, han dejado de ser comprendidas, cerrando la vía para toda comprensión intercultural.

Este camino es serio y permitiría resolver las distancias que muchas veces afectan al desarrollo de la convivencia armónica en la región. Las personas interesadas por estos temas en las ciudades lograrían, entonces sí, ser un factor para el desarrollo cultural y el conocimiento de la propia identidad. ¿Será posible que esto suceda pronto?

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