Por Adrián Martínez
Las diminutas pisadas que esa noche encontré
se perdían tras un árbol, y aquella iluminante
Estrella alumbraba solo los pequeños hongos
que en el sendero eran pródigos y dispersos
y fue en uno bien grande, donde lo descubrí,
era un diminuto y perverso Duende.
Él estaba ahí sentado mirando fijamente a La Luna,
de su pequeña mano sostenía un cigarrillo
de esos de olor extraño y fumaba y fumaba
sin que nada le importara, era un Duende frustrado
por su vida solitaria, tal vez su mente volaba, soñaba
o recordaba el amor de aquella Hada.
La percibía en sus delirios, tal vez, reflejada La Luna
era sin dudas un pobrecillo Duende,
no quise espantarlo, molestarlo o pedirle algún deseo
claramente vi cómo, una gruesa lagrima
salía de su minúsculo ojo,
fue cuando comprendí que estaba triste.
No quise hacerle compañía, ni darle algún consejo
porque sabía que el final de cuentas…
Yo estaba peor que él.