Génesis, Octavio y Leo, los sueños rotos por ser joven en Veracruz

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En ese sitio se quedaron también las lágrimas más amargas de tres familias que esperaban verlos volver. No pasó. Génesis, Leo y Octavio han engrosado la de por sí larga lista de muertos en un Veracruz donde ser joven se convirtió en el peor episodio de vida de una persona

El olor a muerte se perdía entre los llantos y las miradas tristes de los familiares de Génesis Deyanira Urrutia Rodríguez, Octavio García Baruch y Leobardo Arano, jóvenes cuya sentencia de muerte fue precisamente esa, estar en la plenitud de sus vidas.

Encontrados un día antes en Camarón de Tejeda, cerca del puerto de Veracruz mutilados, embolsados, abandonados, los jóvenes eran buscados por sus familiares y amigos, que albergaron hasta el último momento la esperanza de verlos volver a casa.

La mañana fría de otoño en Xalapa esperaba el arribo de sus padres a la Dirección General de Servicios Periciales, donde desde temprano empezaron a llegar, acompañados de amigos y familiares.

El dolor en sus ojos era más, mucho más fuerte que ese olor penetrante a formol y a restos putrefactos. Uno a uno fueron pasando, con horas o minutos de diferencia en su arribo.

En la entrada, una imagen de la Virgen de Guadalupe, con moscas que revolotean en los cristales de la puerta; afuera, cinco carrozas fúnebres, que se pelean por llevarse a los muertos una vez terminadas las diligencias.

La gente en las calles pasa mirando la concentración de periodistas y personas, que se han mezclado con los familiares de otras dos personas ejecutadas que fueron halladas esta mañana en Rinconada, también embolsadas.

De pronto el aire frío sopla, el sol se pierde entre las nubes y llega de tajo la sensación de tristeza y soledad.

Adentro se escuchan gritos y llantos; peritos y expertos tienen una pasarela que incluye máscaras y cubrebocas. Más gente de mirada triste.

Mientras todos en ese lugar esperaban noticias, la sangre no dejó de correr en todo el estado; por la mañana, una pareja fue hallada ejecutada en un paraje solitario de la localidad de Buena Vista, cerca de esta capital.

Los restos, aun embolsados, aguardaban en una ambulancia pericial pues adentro se armaba el rompecabezas que representaban los restos hechos pedazos de los jóvenes estudiantes.

En Tecolutla, al norte del estado, fue encontrada una cabeza humana adentro de una bolsa negra de basura.

En Coatzacoalcos, mataron a una persona y arrojaron su cuerpo a las vías del tren; horas antes, un comando armado atacó un bar en el municipio de Gutiérrez Zamora, dejando como saldo tres personas muertas y otros cuatro lesionados.

Hacia las 14:00 horas, un señuelo: medios nacionales publican que la Procuraduría General de la República encontró a Génesis “N”, relacionada con un caso de Veracruz y buscada por su condición de testigo.

Uno, dos, tres, cinco, decenas de portales replican la información asegurando que es la joven que desapareció en el estado donde cada vez es más común morir, en el que los sueños se truncan, en el que las familias lloran a los ausentes sin que nadie las escuche.

Era mentira. Génesis Medina es el nombre de la joven encontrada en la Ciudad de México, no Génesis Deyanira, la jovencita que estudiaba en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana.

La confusión llegó hasta las familias y los amigos, que albergaban la esperanza que se tratara de ella, y no de uno de los cuerpos despedazados y echados a un paraje como basura. Aún con todo esto, del aparato gubernamental no salió una sola línea, no se dijo una sola palabra.

Las horas en Periciales continuaron mientras más personas llegaban y lloraban en algún rincón o mientras abrazaban a un ser querido, sin noticias nuevas.

Con  la noche, llegó un frío que hacía que más de uno quisiera estar en cualquier lado menos en ese. Con la noche también llegó “el movimiento” de ministeriales.

¿De quién es un Platina negro?, preguntó en voz alta un trabajador del lugar, que pidió que fuera removido del área de estacionamiento; minutos después, un grito alertó lo que sucedía: “es por acá atrás”.

Ahí en la entrada y salida de ambulancias periciales estaban subiendo a los padres a una camioneta para sacarlos del sitio.

Al ver a la turba de reporteros correr hacia el vehículo, la acción se agilizó, se cerró la puerta y el vehículo aceleró.

La premura de sacar a los familiares hizo que la puerta a las salas forenses quedara abierta.

Ahí estaba una primera plancha con restos tapados con un hule negro, que encima tenía una hoja y esta estaba asegurada con cinta.

Los barrotes de la plancha estaban cubiertos de sangre seca; a un costado, en un aparato que a simple vista parece una lavadora, había un par de zapatos tipo botas, junto a ropa ensangrentada.

Otra de las planchas, vacía, estaba también manchada de sangre, al igual que unas vendas posadas sobre ella y parte del piso lucía igual.

En otro de los cuartos había tres planchas más, donde también había restos; al menos uno de los cuerpos, aun lucía con las cintas con las que fue asegurada la bolsa que lo cubría para ser aventado.

El olor, impregnaba todo el ambiente y se mezclaba con la frialdad de la noche, nada acorde a un cielo estrellado que pocas veces se deja ver en la ciudad.

Ahí se quedaron los restos de los jóvenes que ni aun después de muertos recibieron un trato digno de parte de sus ejecutores que los aventaron cual vil desecho; en esas planchas se quedaron los tres sueños.

En ese sitio se quedaron también las lágrimas más amargas de tres familias que esperaban verlos volver. No pasó. Génesis, Leo y Octavio han engrosado la de por sí larga lista de muertos en un Veracruz donde ser joven se convirtió en el peor episodio de vida de una persona.

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