La pequeña agricultura, altamente redituable

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Alfonso Castillo S.M.*

Estudios muestran que la inversión en la agricultura a pequeña escala es tanto financiera como socialmente redituable. Varios son los argumentos que respaldan esta afirmación, una verdadera herejía para los apostadores de la agricultura comercial a gran escala.

Es redituable financieramente. Los costos de inversión son proporcionalmente menores. La ocupación de mano de obra familiar reduce uno de los más elevados costos. La superficie cultivada no requiere grandes inversiones tecnológicas.

Es redituable socialmente. Cuando funciona apropiadamente, disminuye la migración a las ciudades. Logra elevar los niveles de autosuficiencia alimentaria en los principales alimentos: maíz y frijol. Contribuye a conservar los recursos naturales. Utiliza, si acaso, fertilizantes en baja proporción. No abusa del uso del agua; al contrario, depende en gran medida del temporal.

¿Por qué, entonces, ha disminuido la producción familiar a pequeña escala? Son muchos factores. Una minusvaloración de la actividad agrícola, ésta no es apreciada ni valorada. Bajo valor de los granos básicos (aquí se visualiza la tensión entre productores –que luchan por mejores precios- y consumidores –que quieren por menores precios). La sustitución gradual de la dieta tradicional, basada en la milpa (maíz, frijol y calabaza), por productos de muy bajo valor nutricional. Migración, sobre todo, de hombres, a centros urbanos.

Consecuencias de esto. Cada vez más mujeres se ocupan de las parcelas. Menos jóvenes encuentran atractivo el trabajo agrícola. Abandono de tierras. Más grave aún, una abrumadora importación de granos.

Si la campaña nacional contra el hambre no pone en el centro la producción de alimentos (granos básicos y verduras), su impacto a largo plazo será irrelevante. Apostar por la agricultura a pequeña escala traerá implicaciones varias: revitalizar el valor de alimentos básicos; revalorar el papel de la mujer al interior de la familia como la principal proveedora de alimentos (al sustituir al hombre se produce en ella una mayor libertad creativa, aunque también, una jornada más a las realizadas en su cotidianidad); prestar atención a los cambios agroecológicos y presionar a una estrategia conservacionista de los recursos naturales; inspirar una ejemplaridad para los hijos, en cuanto a que el campo representa un trabajo digno, fundamental para la familia y para el país; impulsar pequeños experimentos que, con ingenio y creatividad, harán de la educación una estrategia llena de sentido. En pocas palabras, la agricultura es clave en la reducción de la pobreza. Invertir en ella es una prioridad.

Los retos que implica apostar por la agricultura a pequeña escala son: apertura de la Sagarpa para diseñar estrategias en esta dirección; imaginación de la Sedesol (en particular en quienes encabezan la campaña nacional contra el hambre) para que los esfuerzos se encaminen a crear este potencial productivo; rediseño de la educación en las escuelas rurales, que vincule los procesos educativos con los productivos; estímulo a las prácticas agroecológicas; fortalecimiento de las organizaciones de productores y de la sociedad civil comprometidas con el campo.

Las instituciones microfinancieras también pueden contribuir a esta ingente tarea. Una política de garantías por parte del Estado sería fundamental para que el microcrédito también se orientara a la pequeña agricultura, dados los elevados riesgos que conlleva.

*Experto en microfinanzas. Coordina Cosechando Juntos lo Sembrado

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