Por Gustavo Martínez Contreras
Hoy más que nunca es insoslayable tocar el tema de la muerte de Fidel Castro, por seguro que el fin de semana corrieron ríos de tinta acerca del tema, dividiendo opiniones en favor y en contra. Hace muchos años, allá por finales de los 80 y principios de los 90 era yo un joven inquieto que veía un mundo muy injusto, muy desigual, que cualquier intento que hacían los pueblos por un mejor futuro era invariablemente reprimido por los poderosos con la ayuda de los EUA. Así Vietnam, Guatemala, Chile, Bolivia, El Salvador, Nicaragua, Granada, Libia y muchas naciones más fueron ejemplo de la intervención desvergonzada del imperio para reprimir y sofocar o derrocar movimientos de liberación nacional que solo aspiraban a mejorar la vida cotidiana de la gente menos favorecida.
Fidel Castro y su revolución fueron el paradigma de cómo enfrentar al enemigo de los pueblos progresistas, fueron la bandera que enarbolamos para mantener la esperanza en un mejor futuro a flote. Sus hazañas en contra del imperio fueron inspiradoras, la denuncia que hacía de las injusticias era tan clara y moralmente aceptable que no podías quedarte al margen de la lucha contra la injusticia del hambre, la injusticia de la pobreza, la injusticia de la ignorancia, porque decía, y con mucha razón, que las bombas podían matar al hambriento, al pobre o al ignorante, pero no mataban el hambre, la pobreza o la ignorancia.
El legado de Fidel es ese, la inspiración para luchar por un mundo mejor para todos, seguro estoy que las soluciones que intento dar a los problemas sociales no fue la mejor ni la más práctica, pero sí que fue uno de los pioneros que enfrentó al imperio y salió victorioso de los intentos de doblegarlo, de arrodillarlo, de verlo claudicar.
Fidel, compañero que estuviste presente en mi juventud y en las locuras de intentar luchar contra las injusticias de todos tamaños y en todos los lugares, hoy nos toca rendirte un homenaje y agradecer tu voz y tu ejemplo.
Seguro estoy que con tu desaparición física, el mundo (y particularmente los más pobres) se nos presenta más gris, más opaco. ¡Hasta la victoria siempre!
Nos vemos en la próxima entrega.
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