Juchitán intenta resurgir de sus cenizas

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En la “zona cero”, que colinda con el río Los Perros, que parte en dos a esta localidad se ven casas devastadas.

Oaxaca, Oaxaca

A más de tres semanas del peor ramalazo de la naturaleza sufrido en su historia que castigó con ferocidad a esta tierra generosa, los juchitecos tienen todavía la vida rota y el alma deshilachada. Sin embargo, Juchitán, núcleo de la devastación que originó el terremoto de 8.2 grados Richter el pasado 7 de septiembre, —el más potente del siglo—, dejó de lamerse las heridas para pasar a trabajar en su recuperación.

Sus pobladores, en particular sus mujeres, se movilizan con una energía extraordinaria para remover las ruinas de sus casas levantadas a lo largo de dos o tres generaciones con sudor y mucho esfuerzo. Otras, como María Santiago Robles (58) ayudan en labores de cocinas comunitarias de la séptima sección considerada “zona cero”, donde preparan diariamente platillos para la comunidad.

“Vamos a salir adelante, va a tardar pero vamos a levantarnos”, decía.

En la “zona cero”, que colinda con el río Los Perros, que parte en dos a esta localidad del Istmo de Tehuantepec, se ven casas de ladrillo rojo como si hubieran sido cercenadas con un gran machete y pequeños montículos de piedras, palos y restos de fierros torcidos. Tres pequeños sortean con los pies descalzos los charcos formados por las intensas lluvias que llegaron para empeorar aún más la situación, mientras las moscas no dejan de zumbar y de arremolinarse sobre la zona de los pescaderos donde se pasean perros huesudos.

Alfonso Guerra Salinas, de 88 años, narra en zapoteco que estaba en su casa cuando la tierra comenzó a moverse y lo tomó por sorpresa.

“Como se cayó parte del techo me quedo afuera, pero voy a la casa de mi hija a comer, a desayunar y regreso a cuidar mis cosas, los ladrones no respetan”, comenta este anciano de blanco bigote que también lamenta la pérdida de monumentos históricos que les daban tradición e identidad.

Las brigadas del gobierno ya pasaron a su casa a censarlo, pero ignora cuándo comenzarán las labores y con cuánto lo apoyarán económicamente para reconstruir su vivienda, mientras muestra el papel que le dieron para que reciba el apoyo.

Ta (señor) Alfonso, como lo conocen sus vecinos, que viste una playera de algodón azul eléctrico, con rostro cruzado de arrugas, y sostenido por un bastón hechizo, señala que no tiene planes de irse de su propiedad “porque viene la época de aire y frío y todas mis pertenencias están adentro”. No se resigna a perderlas.

Juchitán vive en el sobresalto continuo, pues las réplicas —5,966 desde ese jueves por la noche— no dejan de sentirse y de pronto el suelo cruje por unos segundos y el corazón de sus habitantes da un vuelco, no terminan de acostumbrarse a los sismos, pese a que los han sentido toda la vida.

En un callejón de la Séptima Sección, Herminio Sánchez, de 55 años, sentado en su silla Acapulco junto a los escombros de su casa, suspira y mira tristemente a la reportera, a quien expresa su deseo de que el gobierno “nos ayude aunque sea para construir una casa ‘chiquita’”, ya no de 100 o 150 metros, como se estila por estos parajes, sino de 38 o 48 metros, como se les ha dicho.

“Nos dicen que nos darán una tarjeta para comprar material pero no nos dicen cuándo, y como los políticos se meten ahí…”.

El resto de la frase se queda inconclusa, pero la expresión de escepticismo es clara.

—¿Cómo se imagina su próxima casa?

—“Lo único que sé es que será de bloc, pero ya no de tabique con mezcla de arena y cal, como la que me heredaron mis papás, hace 80 años que la construyeron, sin varilla, puro amarre nomás”. Razón por la que quizá se vino abajo.

El colorido de Juchitán, que celebra sus exuberantes fiestas de mayo, atrayendo a la comunidad internacional, se ha reducido a los tonos de las lonas, que son el único resguardo de miles de personas que viven en las calles y otras que no se atreven a dormir dentro de sus hogares sin daños por miedo a las constantes réplicas y que acampan en una silla, en un catre o en el mismo suelo.

Las calles están desiertas a partir de las 8 de la noche, como si hubiera un toque de queda no declarado. La economía está prácticamente quebrada, aunque los comercios, como ferreterías, abarrotes y locales que venden productos de limpieza siguen funcionando con cierta normalidad.

Con información de El Economista

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