Por Gustavo Martínez Contreras
Cuando escuchamos un diagnóstico médico de cáncer la primera impresión que tenemos es de miedo, de que nuestra vida inexorablemente llegará a su fin, hacemos una revisión de nuestra existencia y pensamos sobre lo que pudimos hacer mejor, mientras el doctor nos explica sobre tratamientos, que si quimioterapia, que si radioterapia, que si cirugía para extirpar el mal.
El cáncer, hay que entenderlo, es el crecimiento acelerado y sin control de algunas células que se sienten todopoderosas pero que, detectado a tiempo, es curable en la mayoría de los casos, el proceso de curación puede ser doloroso, medio traumático y desde luego que nada agradable.
En la vida pública de este bonito rincón de la patria el cáncer que padecemos es de los gobiernos ineficientes e ineficaces, de gobiernos que manejan los recursos como propios, de gobiernos poco sensibles para la resolución de los problemas más simples, de gobiernos sordos, ciegos y mudos, metidos en su burbuja, donde sólo escuchan a sus allegados que les hacen caravanas y les dicen que todo está bien; ese cáncer que crece y que mantiene en terapia intensiva al municipio.
Llevamos muchos años recetando aspirinas para el mal, llevamos años tomando sólo tés para los síntomas, pero la devastación en el cuerpo de la sociedad está a la vista, ya no se puede ocultar la gravedad del paciente.
Los signos vitales son alarmantemente malos y todavía piensan que repartiendo despensas el paciente se va a recuperar, no señores, calmarán un poco al hambriento, pero el hambre y la sed de justicia no se quitan, la extirpación del tumor es la terapia a seguir, la cirugía ya está programada para las próximas elecciones ahí acabará el reinado de las células cancerosas.
Oiga usted, nos vemos en la próxima entrega.
